El proceso dentro de Morena para escoger a quien competirá por la Presidencia de la República en el 2024 (y ganará irremediablemente la elección constitucional) es, por sí mismo, complejo, pero hoy sólo haré referencia a dos problemas.

El primero es que la y los precandidatos que no son precandidatos deben de ser muy cuidadosos respecto a sus promesas para combatir a la corrupción, ya que por el lado del discurso, utilizado por Andrés Manuel López Obrador (AMLO) durante la elección del 2018, agotó desde hace un buen rato su vida útil al no haber sido capaz el presidente de acreditar que se investigó, se acusó y se obtuvieron las sentencias correspondientes en contra de los exfuncionarios públicos que robaron a manos llenas durante el sexenio pasado. Y, por otro, que cuando la y los suspirantes afirmen que van a combatir la corrupción inevitablemente ésta tendría que llegar a estar relacionada con posibles hechos delictivos ocurridos justamente durante la presidencia de Andrés Manuel López Obrador y que no dejan de salir a la luz gracias al periodismo de investigación.

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Intentemos imaginar lo complejo que puede ser para la y los aspirantes el realizar una promesa de campaña vinculada al combate a la corrupción cuando saben que al ganar la Presidencia probablemente se enfrentarán a un Poder Legislativo dominado por la oposición el cual, junto con la presión ejercida por la opinión pública, se verán obligados a investigar escándalos como el fraude ocurrido en Segalmex cuyo conteo (hasta ahora) va en 15,000 millones de pesos.

Intentemos imaginar la presión que podrá llegar a sentir la próxima presidenta o presidente rumbo a las elecciones intermedias con ese caso o por el ecocidio generado por el Tren Maya; por los posibles fraudes ocurridos durante la construcción de la refinería Dos Bocas y del Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles (AIFA); por el patrimonio de Manuel Bartlett y los contratos asignados a la empresa de su hijo quien le vendió al IMSS ventiladores en plena pandemia a sobreprecio; por el manejo irregular de recursos ocurridos dentro de la Conade; por los manejos irregulares dentro del Instituto Para Devolver al Pueblo lo Robado; por el escándalo de corrupción ocurrido al interior de la Procuraduría Fiscal de la Federación.

O por las sospechas de actos de corrupción ocurridas en la entonces Administración General de Aduanas; por los desvíos señalados en la Secretaría del Bienestar dirigida en su momento por Javier May; por el absurdo caso de Texcoco con Delfina Gómez: por el conflicto de interés ocurrido entre Baker Hughes y Pemex; por el escándalo de la casa gris usada por José Ramón López Beltrán, hijo del presidente; por los contratos asignados desde el Instituto Mexicano del Seguro Social a empresas del hermano de Zoé Robledo y por los contratos asignados a los amigos de “Andy” López Beltrán, entre muchos otros.

Mientras el candidato o candidata de la oposición se desgañitará, no sólo prometiendo generalidades sobre el combate la corrupción ocurrida dentro de los gobiernos de la Cuarta Transformación, sino que también lo hará exhibiendo nombres, cifras, fechas, fotos y videos, ni Claudia, ni Marcelo ni Adán contarán para sus campañas con ese gran activo que tuvo Andrés Manuel y ese es el piso más parejo que podrán tener.

¿Estrategia o error?

El segundo es la ausencia de piso parejo entre los precandidatos, ya que para nadie que esté medianamente informado es un misterio que Andrés López Beltrán (mejor conocido como Andy) ejercita un gran poder con su padre, el presidente de México, y que gracias a eso ha podido colocar a muchos de sus amigos en posiciones clave dentro de la administración pública federal pero, además de ello, se sabe que es cercano a Claudia Sheinbaum y eso llevó a Marcelo Ebrard a ejecutar una jugada magistral que no necesariamente fue entendida por la opinión pública y por los analistas políticos.

Me explico: el haber invitado al hijo del presidente a formar parte de su gabinete no fue una ocurrencia para quedar bien con el inquilino de palacio sino que, a mi parecer, estuvo encaminado a que los reflectores apuntaran hacia Andy y que éste tuviera que pronunciarse agradeciendo la oferta pero deslindándose toda vez que debía acatar la instrucción de su padre de no influir (por lo menos abiertamente) en el proceso electoral de su partido.

“Aunque agradezco tu generosa oferta, prefiero mantenerme al margen y rechazar la misma para que no pueda ser utilizada en favor o en contra de ninguno de nuestros compañeros que, de manera legítima, trabajan también por liderar la defensa de la cuarta transformación del país.”

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La mayoría de los analistas y de los odiadores profesionales de Andrés Manuel López Obrador en redes sociales reaccionaron con fiereza, no sólo por la invitación de Ebrard, sino porque esta incluía la creación de una secretaría de Estado cuyo nombre tentativo era tan absurdo que rayaba en el discurso propagandístico.

La creación de una Secretaría de la Cuarta Transformación era algo tan estrafalario que no podía entenderse sino como una maniobra derivada de un cálculo político impecable, ya que si bien Marcelo Ebrard sumó puntos negativos a su precampaña por la incorporación de un elemento vinculado a la corrupción, por otro logró que el hijo del presidente se pronunciará abiertamente por la imparcialidad generando con ello un piso levemente más parejo con Claudia Sheinbaum y, de pasada, con Adán Augusto López.

Estoy convencido de que si bien Marcelo decidió autogenerarse un impacto reputacional éste se encontraba perfectamente parametrizado.

Si yo hubiese escuchado esta propuesta en el cuarto de guerra de Ebrard mi conclusión hubiese sido bastante sencilla: si la meta era neutralizar o minimizar el apoyo de Andy a Claudia, la adecuada gestión del riesgo era positiva, ya que el riesgo inherente de que no se rechazara la oferta era bajo y que el riesgo residual de incluir a su imagen un factor negativo vinculado a la corrupción también era bajo, ya que le sobrarían oportunidades para realizar una operación cicatriz con la sociedad. La creación de la misteriosa Secretaria de la Cuarta Transformación fue una jugada magistral a cargo de Marcelo Ebrard.

En palabras de Keyser Söze: “El mejor truco que inventó el diablo fue convencer al mundo de que no existía”.

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