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Por Jaime Martínez Bowness*

Si la ciudadanía empresarial fuera un producto, sería un éxito. ¿Por qué entonces cuesta tanto que las empresas y sus líderes la adopten?

Estas dos reflexiones pasaban por mi mente la mañana reciente en la que el Centro Eugenio Garza Sada organizó la presentación de su Encuesta 2022 de Percepción del Empresariado y el Capitalismo (EPEC), evento y discusión a la que tuvieron la amabilidad de invitar a un servidor.

Se trata de una encuesta que ofrece una radiografía sobre la aceptación o rechazo a la figura del empresariado, el sistema económico actual, y las expectativas que hay sobre el desempeño social y ambiental de las empresas.

Los hallazgos de la encuesta de este año fueron sorprendentes, pero también confirmatorios de fenómenos que se han encontrado en el resto del mundo. En todas partes parece haber desaliento económico, desconfianza, polarización y la percepción de que las empresas no hacen lo suficiente (no por nada el Foro Económico Mundial ya incluye la “desilusión de los jóvenes” entre los principales riesgos globales).

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Suficiente o no, resultó muy llamativo el principal hallazgo de la encuesta: que 65% de la población en México tiene una opinión “muy o algo buena” sobre el empresariado –variando de un 83% en Monterrey a un 69% en la Ciudad de México–. Y que pese a la preocupación que nos genera a muchos que exista un discurso anti-empresarial en un importante segmento del país, 70% de la población afirmó que su opinión del empresariado –sea cual sea– no se ve afectada cuando el gobierno federal habla negativamente de éste.

La encuesta también busca identificar la percepción del sistema económico capitalista y ahí se encontró que un preocupante 47% de la población piensa que el capitalismo “hace más mal que bien”. Esto al tiempo que la gente opina aplastantemente que el fin de las empresas no debe ser exclusivamente conseguir la rentabilidad, sino procurar el bienestar de todos los grupos de interés.

Entretejiendo las respuestas, uno se queda con la sensación de que mucho del sentimiento anti-capitalista (aunque pro-empresarial, contradictorio como parezca) que impera se debe a la creencia de que detrás de la riqueza hay corrupción y explotación de los trabajadores, y que entre más grande la empresa, más probablemente ha incurrido en corrupción.

Idea equivocada: la sorprendente realidad es que, en la economía mundial actual, entre más grande sea la empresa –y especialmente si es multinacional– más probable es que tenga un gobierno corporativo interno y esté sujeta al escrutinio de reguladores, inversionistas, periodistas, grupos de interés y un consejo de administración profesional.

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¿Qué leer en estos hallazgos?

Primero, si bien vivimos en una época de deshonestidad y desconfianza, el empresariado sigue siendo uno de los actores sociales con mayor credibilidad. Incluso si se percibe a las empresas como responsables de muchos de los problemas que aquejan al país como contaminación, falta de empleo, desigualdad y crisis económicas, también se ve al sector privado como el actor más capaz para hallarles solución (más capaz incluso que el gobierno), con un 71% de la sociedad que lo ve así.

Esto es algo bueno, pues 70% de quienes respondieron la EPEC también cree que los líderes empresariales deben involucrarse en la solución de los problemas públicos.

En otras palabras, la gente quiere poder confiar en las empresas y cree que éstas están bien equipadas para contribuir al remedio de una variedad de problemas.

Por eso mi metáfora al principio: si la ciudadanía empresarial fuera un producto se vendería como pan dulce recién horneado, pues como se aprecia en la EPEC, hay un mercado ávido de él. Y que si faltan más líderes empresariales que respondan a esta oportunidad y llamado, es más por falta de visión que porque escaseen las recompensas.

¿Ideas para ejercer esa ciudadanía, esa responsabilidad social y ambiental?

  • Brindar un salario digno e invertir en capacitación continua de los trabajadores y las comunidades (el nearshoring actual lo pide a gritos), y apoyarse en ese otro actor en quien los mexicanos confían mucho: los maestros.
  • Colaborar con las autoridades de las comunidades de donde provienen los trabajadores para que los servicios públicos sean cada vez mejores: seguridad, transporte, agua, salud.
  • Y comunicar más, y mejor, las contribuciones de las empresas al bien público: su pago puntual de impuestos, el apoyo a proveedores locales, las prestaciones que dan a sus trabajadores –desde una caja de ahorro, hasta ayuda para la educación de los hijos–, y una enérgica comunicación de todos aquellos elementos que nos unen como mexicanos.

La recompensa siempre ha sido generosa para aquellos líderes empresariales que entienden lo anterior. Y ejemplos hay, como el de Eugenio Garza Sada, cuyo legado empresarial y social con el Tecnológico de Monterrey sigue latente.

*Decano Regional de la Escuela de Negocios, Ciudad de México, Tecnológico de Monterrey

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