Tener una casa propia, más que una inversión, es un derecho humano básico sobre el que se ha cimentado buena parte del funcionamiento del sistema económico posterior a la Segunda Guerra Mundial. 

Una casa o un departamento, es cierto, suelen ser el activo más valioso de millones de familias alrededor del mundo, pero más allá de su valor monetario es quizá el único espacio físico que puede considerarse como propio. Un microscópico territorio en el que transcurre realmente la parte  privada de las personas.

Por eso la reciente avalancha de estudios e infografías muestran, bajo la implacable lógica de las matemáticas, que ya no conviene comprar una casa y es mejor utilizar ese dinero en otro tipo de inversiones más rentables.

Ello es una muestra del daño estructural que tanto estímulo monetario le ha causado a toda una generación porque se dice que es mejor rentar un lugar que embarcarse en la compra de algo similar, especialmente si se hace a través de un crédito hipotecario.

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El inquilino se va y el casero se queda de nuevo con todo

El cálculo de si es mejor invertir en casa o en Bolsa no toma en cuenta que cuando un inquilino desaloja la casa que habitó durante años, o incluso décadas, no puede llevarse ni un solo ladrillo de la pared porque no son suyos. 

Y si además tiene la mala suerte de toparse con un casero de esos que abundan, le van a cobrar hasta la tapa del baño, que se rompió desde quién sabe cuándo y nadie se había animado a cambiar hasta ahora.

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Otro argumento socorrido es que la rentabilidad de un bien raíz que se pone en renta suele ser menor que la que se puede obtener colocando ese dinero en otro tipo de instrumentos de inversión, como un portafolio de acciones o incluso uno de deuda correctamente administrado. 

En nuestra experiencia, y dependiendo de la zona y del uso, una casa en renta puede generar un retorno de entre 3.5% y 5% de su valor total al año, una vez que se descuentan los gastos de mantenimiento, administración y el pago de impuestos.

Por su parte, un portafolio de CETES bien llevado puede ofrecer ganancias entre 6% y 6.5% anual de manera más o menos estable. 

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¿Y la plusvalía?

Dicha comparación no toma en cuenta la “plusvalía”  (el término está mal empleado) que un bien inmueble puede acumular con el tiempo, especialmente si está bien ubicado. 

Y si no, pregúntele a cualquiera que haya comprado una casa hace más de 10 años en alguna ciudad con más de 100,000 habitantes. ¿Cuánto le costó entonces y cuánto vale ahora?

El único aspecto en el que la bolsa gana de calle es en lo referente a la liquidez, porque por más que se intente es muy difícil vender únicamente 5% de una casa.

Y si para colmo se necesita el dinero para una emergencia, el precio que se obtendrá será necesariamente menor, y mucho más lento, que el que resulta con solo girar una orden de venta en el mercado de valores.

Por eso la pregunta de fondo no es cuál de las dos opciones es más conveniente, sino cómo complementar ambos tipos de inversión.

La bolsa de valores, siempre acompañada del consejo y administración de un profesional calificado, es una excelente oportunidad para aquellos que están ahorrando para comprar una casa pero aún no juntan la cantidad necesaria. O para quienes ya tienen una casa donde vivir y están pensando comprar otra estrictamente como inversión. 

Pero ningún portafolio, por muy diversificado o redituable que sea, podrá competir jamás con la tranquilidad que otorga el tener un techo propio, bajo el cual dormir en una noche fría y sin estrellas.

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