Durante la pandemia, los teléfonos inteligentes (smartphones) le ganaron terrero a los televisores como el medio para acceder a la educación remota principalmente a nivel básico, es decir en primaria y secundaria.

La Encuesta Nacional sobre Disponibilidad y Uso de Tecnologías de la Información en los Hogares (ENDUTIH) 2020 reveló que durante la pandemia, al menos tres millones de hogares no tienen ni una TV analógica ni tampoco un televisor digital.

La cifra contrasta con los datos de la encuesta de un año anterior, cuando solo 2.7 millones no contaban con ningún tipo de televisor.

Si bien la sustitución de la TV por los smartphones supone una transformación en el acceso a la educación básica – al menos como se tenía hasta antes de la pandemia -, este escenario también abrió una nueva brecha para quien no tiene acceso a internet, celular inteligente o educación remota.

En principio, en medio de una crisis global económica y de salud, para muchos hogares está siendo muy complicado adaptarse a esta nueva realidad, dadas sus condiciones socioeconómicas, dijo Roberto de la Rosa, investigador de la Iniciativa de Educación con Equidad y Calidad de la Escuela de Gobierno y Transformación Pública del TEC de Monterrey.

 

Tenemos un fenómeno de largo plazo: el televisor es cada vez menos relevante en los hogares y hay una mayor penetración de celulares. Sí hay al menos un efecto de sustitución en los hogares de cambiar estos dispositivos para entender la educación a distancia

Roberto de la Rosa

Además de la reducción significativa del uso de televisores en los hogares, también se redujo el uso de computadoras de escritorio, laptops y tablets. Sin embargo, es incierto si el uso de los smartphones es de uso exclusivo del alumno para acceder a la educación remota.

El problema de los televisores, a decir del también investigador asociado de México Evalúa, radica en que solo permite el acceso asíncrono, es decir, no hay una interacción entre el docente y el alumno; contrario a lo que ocurre con el uso del celular, que permite la retroalimentación.

El mayor rezago está en estados como Chiapas, Oaxaca, Guerrero, Veracruz, San Luis Potosí y Puebla, entidades donde entre el 35% y 50% de los hogares no cuenta con la tecnología suficiente y están en una situación de vulnerabilidad digital, sin considerar los teléfonos móviles.

No obstante, aunque los porcentajes disminuyen si se considera a los hogares que sí cuentan con un smartphone, el menor acceso a tecnologías en estas entidades profundiza las brechas de exclusión digital, aseguró el especialista.

Impacto a largo plazo

El rezago educativo es una preocupación de alcance global. De hecho, la OCDE realizó un estudio preliminar de los países miembro denominado ‘El impacto del COVID-19 en la educación’, que revela que de los 33 países participantes, 80% otorgaron subsidios para la compra de dispositivos.

“Si volteamos a ver a México, como tal no hubo un apoyo para superar esta brecha preexistente para poder atender la educación a distancia, a diferencia de otros países miembro, como Corea”, dijo De la Rosa.

Para Jorge Bravo, director general de Digital, Policy & Law, el rezago educativo es absoluto, pues los menores de educación básica representan a una generación que no ejerció su derecho a la educación.

El daño de aprendizaje es irreparable porque el mundo, los contenidos y los temas cambian y avanzan muy rápido. Lo que no aprendieron en los años de la pandemia no lo podrán recuperar

Jorge Bravo

El rezago

El promedio de los países de la OCDE con días escolares efectivos sin clases presenciales rondaba los 60 días en marzo de este año; México acumuló 180 días sin clases presenciales, más del doble que el promedio.

La cifra contrasta con los 20 días que reportó Dinamarca, el país con menos días sin clases presenciales, además de que los países de América Latina han tenido las contingencias y cierres de escuelas más amplios.

Ante estos escenarios, se proyecta que el impacto por el cierre de escuelas va a ser alto. Un reporte del Fondo Monetario Internacional señala que la caída de los ingresos a largo plazo por año perdido de escolarización se ubica entre el 9 y 12%.

Sin medidas correctivas, la pérdida de ingresos laborales de la generación afectada es de 10 billones de dólares, que equivale a cerca del 8% del PIB mundial en 2017, refirió De la Rosa.