Es común en épocas de crisis el surgimiento de supuestos oráculos de la economía, evaluados por los distintos agentes por su alta capacidad de predicción (es común escuchar o leer titulares como “el que predijo la crisis de 2008”, “el único que dijo que la inflación no sería transitoria ni temporal”).
La realidad es que los economistas no somos capaces (todavía) de predecir el futuro. Bajo esta perspectiva, siempre conviene tener en cuenta que una amplia gama de escenarios pueden ser factibles.
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Y este escenario de nerviosismo dominó precisamente en las recientes reuniones de primavera del Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial en Washington.
Lo que pintaba ser como el gran año para la economía mundial, 2022 se está convirtiendo en uno lleno de dudas, múltiples riesgos y se hicieron evidentes las dificultades para plantear escenarios macroeconómicos. Sin embargo, hubo por lo menos dos comunes denominadores que se pueden desprender de estas reuniones.
Recortes a la orden del día
El primero, es que se tenían que hacer recortes a las perspectivas económicas del mundo, porque tres eventos hacen pensar que mermarán el ritmo de recuperación:
- Conflicto bélico entre Rusia y Ucrania
- Nuevos confinamientos en China por rebrotes de COVID-19
- Políticas monetarias más restrictivas por parte de los Bancos Centrales para hacer frente a las fuertes presiones inflacionarias.
El segundo elemento en común es que la Unión Europea, así como China se instituyen como los dos focos principales de problemas mundiales.
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No es sorpresa que Europa, impactada por la guerra en Ucrania y la escalada de la inflación; y China, que está sufriendo por el resurgimiento de casos de COVID-19, así como los fuertes problemas que trae arrastrando de su sector inmobiliario y la banca de sombra, aparecen en los informes de la mayoría de los analistas económicos y financieros en las últimas semanas.
Estados Unidos ¿el único motor?
De este segundo elemento se desprende algo adicional que en lo personal es preocupante y algo que no se le ha dado la atención debida. El crecimiento global dependerá en mayor medida de un solo motor, de Estados Unidos.
Y bueno, aquí la ventaja es que Estados Unidos está creciendo a un buen ritmo; el consumo privado ya superó los niveles previos a la pandemia; el empleo se mantiene sólido; más allá de los impactos en precios, al menos por el momento no se vislumbra una fuerte afectación económica por el tema de la guerra de Ucrania.
Esta semana se podrá hacer una evaluación de su desempeño durante el primer trimestre del año, ya que se dará a conocer la cifra del PIB.
Todo parece estar muy bien con EU, el problema es que esto puede cambiar por las acciones que comienza a implementar la Reserva Federal.
Para contener las fuertes presiones inflacionarias, que tienen a la tasa anual de inflación en máximos de cuatro décadas, el banco central estadounidense ha planteado la necesidad de acelerar la normalización de su política monetaria, esto es, subir su tasa de fondeo y reducir su balance de activos.
Estas alzas de tasas de interés necesariamente se traducirán en una ralentización de la actividad económica. ¿Qué tanto? Es difícil anticiparlo. No será una tarea fácil por parte de la FED calibrar este “trade off” entre menor inflación y menor crecimiento, sobre todo por su mandato dual de control de precio y pleno empleo.
Al mismo tiempo tiene que evitar generar apuestas de que sus acciones terminarían provocando una recesión en el país norteamericano.
Así, estas reuniones de primavera del FMI y Banco Mundial nos dejan ver que estaremos volando con un solo motor, motor en riesgo de que pueda apagarse o perder fuerza en el transcurso del año.
*James Salazar Salinas es subdirector de análisis económico de CI Banco. Las opiniones expresadas en este documento son de exclusiva responsabilidad del autor.