Unida por un gasoducto a Argelia y dotada de grandes terminales de regasificación, España podría ser una alternativa para reducir la dependencia de Europa al gas ruso, pero eso implicaría enormes trabajos para mejorar las conexiones con el resto de la región.
“España puede desempeñar un papel importante en el suministro” energético de Europa, afirmó el sábado la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, en Madrid para reunirse con el primer ministro español, Pedro Sánchez.
España dispone, en efecto, de seis terminales que permiten regasificar y almacenar gas natural licuado (GNL) transportado por vía marítima. Es la red más importante de Europa.
Además, es surtida directamente gracias a un gasoducto subterráneo de 750 kilómetros de largo que une a Argelia con las costas andaluzas al sur del país: el Medgaz, con una capacidad de 10,000 millones de metros cúbicos al año.
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Un segundo gasoducto con una capacidad equivalente une España con Argelia vía Marruecos: el GME (gasoducto Magreb-Europa). Su funcionamiento fue suspendido en noviembre por Argelia en medio de una crisis diplomática con Rabat, pero no fue desmantelado.
Parte de la solución
Por ello, España sobresale dentro de la Unión Europea. “El país posee una capacidad de aprovisionamiento a la vez importante y diversificada y depende muy poco del gas ruso”, indica Thierry Bros, especialista del sector y profesor del Instituto de Estudios Políticos de París (Sciences Po).
Según la GIE, asociación en Bruselas que agrupa a los operadores europeos de infraestructuras gasíferas, un tercio de la capacidad de regasificación de la Unión Europea (UE) y el Reino Unido se encuentra en la península ibérica.
Una situación que el gobierno español quiere utilizar en beneficio de la UE. “Esta capacidad tan grande que tenemos, tiene sentido que pueda ser también beneficiosa para nuestros vecinos” y así garantizarles el “suministro”, señaló el martes la ministra para la Transición Ecológica, Teresa Ribera.
Para Gonzalo Escribano, investigador del Instituto Elcano de Madrid, España y Portugal, reunidos en el llamado “mercado ibérico del gas”, tienen una capacidad mensual de importación de 40 teravatios/hora (TWh). Y ambos consumen en promedio menos de 30 TWh.
“Eso significa que podríamos exportar por lo menos 10 TWh al mes, sin contabilizar el potencial vinculado con el GME. Es bastante importante”, explicó Escribano, para quien España “puede ser parte de la solución” al problema de la dependencia europea de Rusia.
Pero la infraestructura que permitiría exportar tales cantidades de gas no existe, ya que España cuenta solo con dos conexiones con gasoductos franceses, en Irún (País Vasco) y Larrau (Navarra), al norte del país, pero de baja capacidad.
Sin reescribir la historia
Ante esta debilidad, se lanzó en 2013 un proyecto de gasoducto entre Cataluña y el sureste francés, pero esa idea, bautizada MidCat, fue abandonada en 2019 por falta de acuerdo sobre su financiación y apoyo real de Francia, poco convencida de su utilidad.
Un estudio de viabilidad solicitado por la Comisión Europea concluyó en 2018 que en efecto esta infraestructura, cuyo costo se elevaría a más de 440 millones de euros (480 millones de dólares), no sería ni rentable ni necesaria, teniendo Europa ya varias terminales de regasificación poco utilizadas.
¿Podría este proyecto ser relanzado a la vista del nuevo contexto internacional? La vicepresidenta española de Asuntos Económicos, Nadia Calviño, se mostró a favor el lunes, aunque apuntando que esta interconexión debería transportar también “hidrógeno verde”.
“Debemos trabajar en las interconexiones. Es una de las prioridades”, subrayó el sábado Von der Leyen. Un mensaje del que se hizo eco el ministro portugués de Exteriores, Augusto Santos Silva, favorable a la creación de un gasoducto suplementario entre España y Francia.
Los expertos se muestran más cautelosos. Para Gonzalo Escribano, “el contexto ha cambiado” y podría justificar “volver a poner en marcha el proyecto”, pero “las obras tardarán años” en finalizarse.
“Un proyecto como ese requiere al menos de cuatro o cinco años de trabajo, no es una solución a corto plazo”, coincide Thierry Bros, escéptico sobre la utilidad de esa infraestructura, teniendo en cuenta que “la capacidad de Argelia de suplir la oferta rusa es limitada”.
“No vamos a reescribir la historia”, insiste el analista, para quien es necesario encontrar soluciones “más adaptadas”. “El país que tiene mayores necesidades de gas es Alemania, por lo que sería más útil tener terminales regasificadores allí que un gasoducto entre España y Francia”, agrega.