Martí Cusó nació en Barcelona y toda su vida ha vivido y recorrido sus calles, sin embargo, ahora se queja de que su ciudad natal se ha convertido en un “parque temático, lleno de restaurantes que venden paella, tapas y sangría”.

Sostiene que esos espacios no tienen origen local y solo cumplen la función de ajustarse a una imagen genérica de España para un sector en particular: los turistas.

Este sentimiento no surgió de la noche a la mañana, narró Cusó a The New Yorker, pues hubo un tiempo en que tuvo que enfrentarse a viajeros de todo el mundo que cruzaban la puerta del edificio donde vivía, en el cual dos de los nueve apartamentos eran alquileres a corto plazo, como el negocio de Airbnb.

Este modelo permitió a uno de los propietarios rentar su departamento a media docena de estudiantes extranjeros durante seis meses al mismo tiempo, cobrando una renta cuatro veces mayor de la que podría haber disfrutando en el mercado de vivienda común.

Para Cusó y otros residentes de la bella ciudad española, el turismo se ha convertido en un martirio y no en un beneficio para sus pobladores.

Actualmente, un millón y medio de visitantes permanecen en los casi 20,000 listados activos de Airbnb en Barcelona cada año.

De acuerdo con el medio, la compañía está influyendo en cómo se siente la ciudad, especialmente para los residentes permanentes, para quienes incluso en los barrios residenciales, los sonidos de las ruedas de docenas de maletas rodando sobre la acera y los animadores nocturnos que atienden los bares que han surgido para atenderlos, se han vuelto ya parte del ambiente.

Hace una década hablar del turismo como fuente de problemas simplemente se percibía como una locura. La verdad oficial era que el turismo era algo bueno y nadie lo desafió,

indicó Daniel Pardo, un activista de la vivienda en Barcelona.

De fábricas a check-outs

El turismo en Barcelona proporciona casi 12% de la economía de la ciudad, pero no hace tanto, a finales del siglo XX, este destino era visto principalmente como un puerto industrial.

Su perfil internacional aumentó dramáticamente cuando fue sede de los Juegos Olímpicos de Verano de 1992, tiempo en que, entre tantas cosas, se rediseñó un litoral abandonado y se renovó una playa en una zona conocida como la Barceloneta.

Después de la crisis en 2008, Airbnb comenzó a ofrecer listados en Barcelona, donde sin dudarlo, fue recibido con un entusiasmo casi desesperado.

Según cuenta al medio neoyorquino el profesor de geografía en la Universidad Rovira i Virgili, Antonio Paolo Russo, cuando Airbnb se introdujo al mercado era una fuente de dinero para las familias españolas que luchaban contra el desempleo.

Para 2010, la ciudad decidió liberalizar las reglas que rigen los alquileres de vacaciones a corto plazo y no pasó mucho tiempo para que se otorgaron miles de licencias a los propietarios de departamentos. Durante los próximos cuatro años, el número de licencias en Barcelona se cuadruplicó.