Los presos y custodios que habitaban la cárcel de las islas Marías en el Pacífico mexicano resistieron al huracán Willa en octubre de 2018 pero no la decisión del gobierno mexicano de cerrar este año ese centro penitenciario inaugurado en 1905.
La que fuera por 114 años una isla prisión se convertirá ahora en un centro cultural que llevará el nombre de José Revueltas, quien fue recluido ahí en dos ocasiones en la década de 1930.
A lo largo de su historia, la cárcel albergó a 64,000 reos que vivían en semilibertad, y el 8 de marzo los últimos 584 partieron rumbo una cárcel en el estado de Coahuila.
Aunque la isla, que está a 132 kilómetros del territorio continental, puede dar imágenes de postal, con un mar en calma y olas que apenas rozan la superficie rocosa de sus playas, quedan las cicatrices que dejó Willa: techos caídos, palmeras arrancadas de la tierra y alambres de púas en el piso.
A los reos, que se encargaban de la limpieza de la isla, no les dio tiempo de poner todo en orden en los cuatro meses que transcurrieron después del huracán.
Un bloque de casas de cemento conforma el área donde habitaban los reos de menor peligrosidad. En su interior, había cuartos con cupo para ocho presos con camas de cemento y un baño sin puerta.
En el exterior, quedó un gimnasio al aire libre, un huerto para cultivo de plantas y flores y un taller abandonado, con restos de figuras de madera, herramientas y pintura.
“Iban tristes”
Aunque el presidente Andrés Manuel López Obrador declaró que el lugar “va a ser una isla para los niños y para los jóvenes”, los custodios que todavía permanecen a la espera de ser reubicados comentan que para muchos de los reos que gozaban de una semilibertad, la noticia no fue alentadora.
“Para varios de ellos, sí es un cambio muy drástico. Aquí en su proceso de semilibertad en el que vivían ya estaban adaptados”, dice José Becerra, un custodio de la isla.
“Estaban de alguna manera cumpliendo su proceso muy tranquilos, estaban a gusto con su familia, sí les cayó obviamente de sorpresa el cambio, y pues sí se iban tristes”, agrega.
El pueblo donde habitan los custodios frente al muelle, luce prácticamente vacío. La quietud se interrumpe solo cuando pasa el automóvil de la basura o los carros de golf que usan los custodios para transportarse.
Las pequeñas construcciones de cemento, con rastros todavía de los daños causados por Willa, están vacías, al igual que Laguna del Toro, el área donde se encontraban las instalaciones de máxima seguridad, con capacidad para 512 presos, pero que albergaba a 137 reos en su última etapa.
Aunque se cumplen con los protocolos de rutina, como la ceremonia de la bandera, la limpieza de las instalaciones y otras labores, el trabajo para el que fueron asignados los custodios ha terminado.
El personal deambula nervioso por las calles sin semáforos del pueblo, a la espera de su traslado a tierra firme.
“Dejar de vivir en un paraíso pues siempre es difícil, siempre es muy difícil volver a asimilarse a la sociedad”, dice Ricardo Ramírez, coordinador de Protección Civil de la zona.
Reserva de la biósfera
En el año 2010 Las Islas Marías fueron declaradas como reserva de la biósfera por la Unesco. En ellas se protegen 54 especies de fauna terrestre y marina en riesgo.
La reserva es también un importante sitio de refugio y anidación de grandes colonias de aves marinas.
Muchos pájaros encuentran en este lugar un descanso, y otros habitan de manera permanente las islas junto a iguanas, lagartijas, loros, culebras y murciélagos.
Solo unos cuantos reclusos intentaron escapar de la isla a lo largo de su historia.
Algunos terminaban deambulando por su paradisíaco perímetro de 20 kilómetros de largo por 10 de ancho, cazando alguno de los animales que ahí habitan solo para ser recapturados después. Unos pocos osaron adentrarse en el mar rodeado de tiburones.
“Aquí, como pueden ver, sus estancias no tienen una reja como tal, entonces ellos podían deambular a la hora que estaba permitida, podían salir a correr, a jugar básquetbol, fútbol, a sus actividades de televisión, a venir al taller a trabajar”, comenta Gregorio López, jefe de seguridad de uno de los sectores de la penitenciaría.
En su tiempo libre, los reos podían realizar labores manuales, o asistir al taller de música.
En 2013, sin embargo, unos 650 internos se amotinaron en la zona de máxima seguridad exigiendo mejores condiciones de salud y alimentación, dejando ver el lado oscuro del centro penitenciario. Según reportes, la sublevación dejó una treintena de heridos.
Al barco de la Marina que hace el recorrido a la isla una vez a la semana le toma entre siete y 12 horas llegar a destino desde el puerto de Mazatlán, a 176 kilómetros. En uno de esos viajes se llevará a los custodios que quedan.