Desde San Miguel de Allende, en Guanajuato, hasta Alemania, las bolsas, carteras y accesorios de Prison Art están atrayendo la atención de mexicanos y extranjeros. El interés no radica solo en los diseños o en la calidad de los productos, sino en el proyecto de reinserción social a personas privadas de la libertad que le da vida.
Prison Art nació en 2012, en el Penal de Puente Grande, Jalisco, como un programa de capacitación en el trabajo a personas en prisión y, desde entonces, ha llegado a los principales aeropuertos y centros turísticos del país, a tiendas boutique en zonas exclusivas y, desde hace dos años, a Europa.
Un proyecto nacido en la cárcel
Cuando Jorge Cueto fue privado de su libertad en 2012 en el reclusorio preventivo del Penal de Puente Grande, una de las primeras cosas que captaron su atención fue que la mayor parte de sus compañeros regresaban a la cárcel poco tiempo después de ser liberados.
Jorge, que había trabajado toda la vida en el sector financiero y paralelamente había emprendido varios negocios, pensó que su estancia en prisión sería más productiva si podía capacitar a otras personas privadas de la libertad en el trabajo. Sin embargo, para poder concretar su proyecto, necesitaba el permiso de los líderes de cárteles que gobiernan de facto las instalaciones penitenciarias.
Para que me dejaran hacer el proyecto no tuve que pedirle permiso al gobierno, sino que tuve que negociar con los que mandaban ahí. Tuve que ayudarlos a ciertas cosas, como pintar módulos, conseguir pintura para las celdas o mejorar las instalaciones y conforme a eso me fueron dando permiso para realizar el proyecto
, dice en entrevista el fundador de Prison Art.
Los primeros ejercicios de capacitación fueron desconcertantes. Jorge sabía que estaba colaborando para que los jóvenes se reinsertaran a la sociedad y dejaran de delinquir, pero el patrón de egreso y reingreso al penal no se alteraba.
“Platicando con los chavos me di cuenta de que regresaban porque no podían trabajar, ya que tenían carta de antecedentes penales y nadie les quería dar trabajo. Eso los ponía en la necesidad de volver a cometer delitos”.
La carta de antecedentes penales es un requisito que solicitan en algunos empleos, a discreción del potencial patrón, que hace del conocimiento público que una persona ha estado privada de la libertad o se vio involucrada en algún proceso judicial. La medida ha sido señalada por organizaciones de la sociedad civil y por la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH) como discriminatoria y violatoria de las garantías individuales.
En junio de 2013, tras ser puesto en libertad, Jorge decidió crear una empresa que recibiera a sus compañeros y los ayudara a reinsertarse.
En ese ánimo inscribió su proyecto a una convocatoria de Fortaleza, una institución de asistencia privada que trabaja para fomentar la cultura de la no violencia. Para su sorpresa, ganó.
“El premio era que te ayudaban a transformar tu fundación. Como yo tenía la idea, hicimos un modelo de negocio un poco extraño, diferente. Yo no quería pedir donativos ni apoyo a nadie, quería una empresa que generara recursos y eso aplicarlos para resolver el problema”, explica Jorge.
Con la asesoría de la Barra Nacional de Abogados y de la Universidad Iberoamericana, creó una compañía con dos pilares. El primero de ellos es una sociedad anónima llamada Prison Art encargada de fabricar productos y comercializarlos. El segundo, corazón de su proyecto, la asociación civil Proyecto de Arte Carcelario, que se encarga de la capacitación de las personas privadas de la libertad, sus procesos de rehabilitación y la creación del arte que se necesita para hacer las bolsas al interior de las cárceles.
“Los ingresos que obtiene Prison Art sirven para pagarle a la fundación todo el arte y con ese dinero, la fundación hace el impacto social: le paga a los muchachos y cubre todo el gasto. Es un proyecto autosostenible”, dice Jorge.
Del miedo al éxito internacional
“Cuando salí de la cárcel tenía mucho miedo que los productos que estábamos haciendo fueran afectados por la sociedad mexicana. Dije ‘no van a querer saber nada de productos hechos en la cárcel’”, comenta Jorge.
Esa determinación lo llevó a enfocarse en el mercado turístico internacional: temía que sus productos – y por tanto, el apoyo que pudiera dar al interior de las cárceles – fueran víctimas de la estigmatización “porque la sociedad mexicana está muy herida”.
La primera tienda de Prison Art abrió en San Miguel de Allende, Guanajuato, un sitio turístico que recibe cada año a miles de turistas de Europa y Estados Unidos. La buena recepción de sus productos, le permitió abrir una segunda sucursal en Playa del Carmen, Quintana Roo, y poco tiempo después, otras tres en el Aeropuerto Internacional de Cancún, el más transitado de todo el país.
Actualmente, también tiene sucursales en Polanco y el Centro Histórico de la Ciudad de México; Valle de Bravo, en el Estado de México y Mayakobá, Quintana Roo.
Nuestras boutiques y productos de lujo tienen un discurso: se tratan de demostrarle a la sociedad que la gente que está en la cárcel es totalmente recuperable si le metemos capacitación, tiempo y esfuerzo
, explica Jorge.
El interés por el proyecto ayudó a la empresa, que en 2017 abrió por primera vez un espacio en Europa. La primera ciudad elegida fue Barcelona, uno de los principales centros turísticos de España, y al año siguiente se abrió también una sucursal en la isla española de Ibiza.
“Empezamos a recibir solicitudes de gente que quería trabajar con nosotros”, cuenta Jorge.
Gracias a ese interés, sus productos entraron a tiendas multimarca y departamentales en Austria y, desde hace un mes, abrieron su primera franquicia en Alemania.
El éxito del proyecto y la apertura de más puntos de venta ha permitido que el proyecto crezca. Actualmente, la firma trabaja con 40 personas fuera de la cárcel y capacita a más de 160 hombres y mujeres reclusos en ocho cárceles del país.
Un proyecto contra la desintegración familiar
Para que sea un proyecto autosostenible, Prison Art tiene que vender más productos para incluir a más personas a su proyecto de capacitación laboral.
Actualmente trabajan en centros penitenciarios de varias entidades del país, que escogen basados en el interés de los internos en formar parte del proyecto. Una vez dentro, se enfocan en el fortalecimiento de la autoestima de las personas, para asegurarse de que no recaerán en conductas criminales una vez fuera de prisión.
“La cultura de cambio está basada en el crecimiento de la autoestima de los chavos y chavas. Los muchachos y muchachas que trabajan para nosotros, lo más importante es que crezcan en su autoestima. Creemos que si ellos creen en sí mismos y se sienten valiosos, no se van a hacer daño a ellos mismos ni a los demás. Todo el programa está basado en que sepan que ya se fueron a Alemania, que vinieron a comprar sus cuadros”, dice Jorge.
Para acceder a las capacitaciones, las personas privadas de su libertad tienen que cumplir reglas, entre las que se encuentran estar libres de adicciones y asistir a pláticas de apoyo. Sin embargo, la más importante para el proyecto es que se comprometan a dar la mitad de los ingresos que perciben a sus familias.
Buscamos estrechar el lazo entre la persona privada de su libertad y la familia, para evitar que haya una desintegración familiar, y al mismo tiempo tener a alguien cuando salga que le permita llegar a algún lugar y que la reinserción sea más fácil. Hay mucha gente que sale de la cárcel y no tiene nada, ni familia ni amigos, entonces el proceso es prácticamente imposible.
La asociación civil paga por cada pieza hecha, independientemente de que llegue a alguna de las tiendas. Esto permite a los nuevos beneficiarios ganar entre 6,000 y 8,000 pesos mensuales y a sus maestros, que tienen más experiencia y llevan las riendas del grupo, entre 12,000 y 14,000 pesos.
Para Jorge, la mayor satisfacción del proyecto es ver que cumplió su deseo de evitar la reincidencia del encarcelamiento. De acuerdo con un reporte de impacto de su organización, nueve de cada 10 de sus beneficiarios no vuelve a pisar la cárcel.