“¡Presidente, presidente, presidente!”
Miles de voces gritan la consigna para celebrar la investidura presidencial de Andrés Manuel López Obrador en la Plaza de la Constitución de la Ciudad de México este sábado, mientras un par de pantallas gigantes proyectan al nuevo mandatario mexicano recibiendo la banda presidencial en la Cámara de Diputados, a unos dos kilómetros de distancia.
En el lugar hay banderas, gorras, sombrillas, playeras y otros artículos con la frase que millones de mexicanos han soñado desde 2006: “AMLO presidente”. La expectativa por la llamada Cuarta Transformación, que busca una “regeneración de la vida pública en el país” reúne a personas de todas las edades. Entre aplausos y vítores, sus seguidores escuchan las propuestas del político de 65 años en San Lázaro: la comisión de la verdad por la desaparición 43 estudiantes de Ayotzinapa, la venta del avión presidencial, las consultas populares, la apertura al público de la residencia de Los Pinos y la reducción a los precios de los combustibles son las que elevan más los ánimos.
“¡Presidente, presidente, presidente!”.
Bajos los intensos rayos del sol, los asistentes al Zócalo capitalino se preparan para escuchar el discurso que dará el tabasqueño, el primer presidente de izquierdas que ha tenido México. En este mismo lugar, a principios de la década de 1990, López Obrador saltó a los reflectores políticos, al protestar por un supuesto fraude en las elecciones del municipio de Cárdenas, Tabasco.
“Esperamos una nueva época para México, en la que se termine la corrupción”. José Luis Mendoza López viajó desde Mexicali, Baja California, para presenciar la investidura de López Obrador, a quien dio su voto en las elecciones del pasado 1 de julio. Él fue uno de los 30 millones de ciudadanos que respaldaron al tabasqueño en las urnas.
Por la calle de Madero, uno de los principales accesos al Zócalo capitalino, Santiago Nieto camina solo. Este hombre fungió el sexenio pasado como fiscal contra los delitos electorales y ahora encabezará la Unidad de Inteligencia Financiera de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público.
“Estamos listos para combatir la corrupción”, dice presuroso, mientras intenta escapar de las miradas curiosas que, sin reconocerlo, lo escrutan.
Cerca de las cuatro de la tarde, la multitud ocupa la mayor parte de la Plaza de la Constitución. Los ojos esperan a que López Obrador aparezca en el balcón presidencial para pronunciar su discurso. Frente a la Catedral Metropolitana, sobre el escenario decorado por artesanos indígenas ya se presentan los participantes de la verbena popular en la que se entregará el bastón de mando de los pueblos indígenas al mandatario mexicano.
Entre canciones, se lanzan consignas populares. Desde el antiguo “el pueblo unido jamás será vencido”, hasta la nueva “es un honor estar con Obrador”. También con el futbolero “sí se pudo”, las voces resuenan. Sin embargo, el grito más intenso es el pedido de justicia por la desaparición de los normalistas de Ayotzinapa en 2014.
“¡… 39, 40, 41, 42, 43! ¡Justicia!”
Las exigencias sociales no solo vienen del escenario. Abajo, entre los asistentes al evento en el Zócalo, se ve a miembros de la sociedad civil que apoyan a López Obrador con la esperanza de que atienda sus causas.
“López Obrador representa la libre determinación y el respeto de los pueblos indígenas. Eso es un avance en la política para que los pueblos indígenas elijan su destino”, dice Nael Ramírez, miembro de Jóvenes por el Socialismo.
El hombre de origen zapoteco viajó desde la capital de Oaxaca con varios miembros de su grupo, que promueve la unión de los pueblos indígenas, para ver la reunión del recién investido presidente mexicano con sus homólogos Nicolás Maduro y Evo Morales, de Venezuela y Bolivia.
“Estamos respaldando a López Obrador. El pueblo tiene que ser escuchado”, dice Mario Benítez, quien forma parte del Sindicato Mexicano de Electricistas (SME), y tiene la esperanza de que este sexenio por fin se resuelvan los conflictos laborales de los exempleados de Luz y Fuerza del Centro, empresa que fue disuelta en 2009 durante el mandato de Felipe Calderón Hinojosa.
Esperanza y copal
Al filo de las cinco de la tarde, el bullicio del Zócalo se transforma en vítores y en consignas de apoyo enardecidas. El presidente de México y su esposa, Beatriz Gutiérrez Müller, salen de las instalaciones de Palacio Nacional rumbo al templete donde representantes de los 32 gobiernos indígenas del país los esperan para entregarles el bastón de mando.
El bastón de mando es un símbolo de respeto que los pueblos indígenas entregan a un mandatario. Este, al recibirlo, asume un compromiso de incluir a las comunidades en su toma de decisiones. López Obrador es el primer presidente en recibirlo.
“¡Presidente, presidente, presidente!”
López Obrador saluda al público y, junto con su esposa, sube al templete de donde dos sacerdotes los purifican con copal y algunas hierbas. Le desean suerte y le piden que respete sus compromisos, que no les falle.
Llega un médico indígena que le entrega un crucifijo mientras dice algo en su lengua natal, una de las más de 300 que hay en México. El público calla y presencia con respeto la ceremonia. Momentos después, la Plaza de la Constitución se une en una oración a Ometeótl, el dios nahua de la dualidad.
La multitud voltea al este, al oeste, al norte y al sur. En cada ocasión dicen frases diferentes que comparten una súplica: que López Obrador tenga la responsabilidad, la salud y la fuerza para llevar a cabo todas sus promesas.
Con la puesta del sol, arranca el primer discurso del mandatario mexicano al pueblo. Promesas, proyectos e ideas sobre cómo mejorar las condiciones de quienes viven en las condiciones más vulnerables.
“Llevaremos a cabo la Cuarta Transformación de nuestro país (…) Estamos por iniciar la purificación de la vida pública de nuestro país”, asegura el tabasqueño, al igual que ha hecho durante más de dos décadas.
A la mitad del discurso, los accesos al Zócalo se congestionan. Algunos de los 150,000 asistentes quieren salir y otros, muchos, buscan acercarse al escenario para ver al mandatario y después a los grupos musicales que cerrarán la noche.
Andrés Manuel sigue con su discurso, animado. No parece molestarle que la gente comience a irse. Es la noche que durante más de una década esperó.
El clamor popular no se acaba: “¡Presidente, presidente, presidente!”.
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