El gobierno de Estados Unidos contempló, durante el semestre previo al 2 de octubre de 1968, el surgimiento, auge y desenlace fatal en Tlatelolco del movimiento estudiantil que definió el sexenio de Gustavo Díaz Ordaz, según archivos secretos desclasificados por el Archivo de Seguridad Nacional en 1998.

No solo eso. La Agencia Central de Inteligencia (CIA) y la Casa Blanca participaron en la elaboración de teorías sobre presuntas infiltraciones comunistas y soviéticas entre los manifestantes masacrados en la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco.

Esa noche cientos de personas terminaron muertas, heridas o arrestadas, con lo que se convirtió en la peor masacre pero también en el encubrimiento más grande en la historia reciente de México. 

El paquete de 30 documentos que incluye además archivos del Buró Federal de Investigaciones (FBI), el Departamento de Defensa y la embajada estadounidense en México da testimonio sobre la participación estadounidense en la política mexicana en 1968, año clave para el gobierno mexicano por ser sede de los Juegos Olímpicos.

Cronología de una masacre anunciada

El 28 de marzo de 1968, con motivo de la visita a la Ciudad de México del entonces vicepresidente Hubert Humphrey por los Juegos Olímpicos, la CIA emitió una evaluación sobre las condiciones de seguridad en el país. En ella, se describía al país como un modelo de estabilidad, con Díaz Ordaz firmemente en control y un partido gobernante que “prácticamente monopoliza la política mexicana”.

Tres meses después, 19 de julio, la agencia de espionaje internacional lanzó la primera advertencia sobre las protestas estudiantiles que estallaron en el país, destacando “el peligro potencial que representan los ataques a los Juegos Olímpicos, su importancia política y el papel de la izquierda “internacional”.

Este análisis resalta una supuesta influencia cubana en la huelga estudiantil en la Universidad de Veracruz.

En un inicio los estudiantes exigían una mayor participación en la vida pública del país, aprovechando la coyuntura por la justa olímpica que se aproximaba y que pondría a México ante los ojos de todo el mundo.

El 31 de julio, la Casa Blanca envió un cable secreto a su embajada en el otrora Distrito Federal que decía que las autoridades mexicanas aseguraban tener evidencia de la participación soviética en las manifestaciones y disturbios que se habían presentado hasta entonces. Sin evidencia que corrobore, la embajada sugirió que la orden sobre dichos disturbios proviene de Moscú.

El 23 de agosto, en un escrito clasificado como top secret -grado máximo de confidencialidad- la CIA aseguró que el gobierno mexicano subestimaba la capacidad de los estudiantes para organizar manifestaciones a gran escala y advertía que “jóvenes comunistas están involucrados en la crisis” que podía desatar más violencia.

Seis días después, Walt Whitman Rostow, entonces consejero de Seguridad Nacional, informó al entonces presidente Lyndon B. Johnson que las protestas estudiantiles continuaban y que era inevitable la implementación de una “postura dura y sin tonterías” por parte del gobierno de Díaz Ordaz.

El 30 de agosto, la CIA emitió un cable en el que sostuvo que Cuba enviaría armas a los estudiantes para las manifestaciones del mes siguiente. En respuesta, el gobierno mexicano envió a las fuerzas armadas a la costa del Golfo en estado de “alerta máxima”.

Feroz advertencia presidencial

Ese reporte precedió a la amenazante declaración lanzada el 1 de septiembre por Díaz Ordaz en la que señaló que su gobierno había sido “tolerante hasta excesos criticados, pero todo tiene su límite y no podemos permitir ya que siga quebrantando irremisiblemente el orden jurídico, como a los ojos de todo mundo ha venido sucediendo”.

Durante las primeras semanas de septiembre, el gobierno de Johnson se mantuvo al tanto de lo que sucedía con las protestas estudiantiles en México y de la escalada en la frecuencia y la intensidad de las acciones de los militares en la dispersión del movimiento. El día 24 de ese mes, el Departamento de Inteligencia (DIA) advirtió que esto era un indicativo del endurecimiento de la posición del gobierno mexicano.

Para entonces la tensión entre el gobierno y los estudiantes generaba brotes de violencia con mayor fuerza y ya había al menos cuatro muertos por fuego militar, aunque el gobierno lo negaba. Sobre esto advirtió la CIA en su revisión semanal el 27 de septiembre. El informe ocasionó la cancelación de un viaje a México del entonces candidato presidencial, Richard Nixon “por cuestiones de seguridad”.

El 1 de octubre, el FBI escribió una carta confidencial a la Casa Blanca sobre los riesgos que amenazaban los Juegos Olímpicos como algunos “ciudadanos estadounidenses individuales con antecedentes de actividad subversiva y cubanos anticastristas”. La agencia pidió dar la información sobre los posibles subversivos a México, aunque se desconoce si esto ocurrió.

En ese momento, el pliego petitorio de los estudiantes incluía dar libertad de los presos políticos, la derogación de los artículos 145° y 145° bis del Código Penal Federal sobre libertad de asociación, la desaparición del cuerpo de granaderos, la destitución de varios mandos policiacos, indemnización a las familias de los muertos y de los heridos por los actos represivos y el deslinde de responsabilidades de los funcionarios involucrados en actos de violencia contra los estudiantes.

Tras el ataque militar a los manifestantes que se reunieron en Tlatelolco el 2 de octubre, el resumen semanal de la agencia de inteligencia de Estados Unidos se centró en el riesgo sobre la capacidad de México para salvaguardar la seguridad en los Juegos Olímpicos que iniciarían el 12 de octubre. El informe del 4 de octubre señaló también que el gobierno mexicano otorgó autoridad a todos los comandantes militares para actuar “contra estudiantes desordenados”.

‘El 2 de octubre es un gran mito’, dice el abogado de Echeverría, Juan Velásquez.

El 5 de octubre, la Casa Blanca escribió un memorándum secreto que incluía la conclusión de la CIA de que los disturbios estudiantiles fueron provocados por cuestiones internas de México, y que la participación cubana y soviética se limitó al apoyo moral. El FBI informó, sin evidencia que lo sustente, que la Brigada Olympia, grupo de choque que supuestamente inició el tiroteo en Tlatelolco, estaba formado por grupos comunistas trotskistas.

Uno de los informes finales de la CIA sobre la matanza, escrito el 8 de octubre, dijo que no existía evidencia de influencia extranjera significativa en los disturbios, que las influencias externas incluyeron apoyo moral y algún apoyo financiero, pero no el suministro de armas, y que la Brigada Olympia se creó para interferir con los juegos olímpicos.

En los siguientes tres meses, los informes de las agencias y el gobierno estadounidense documentaron el cese paulatino de los hechos violentos, así como el regreso a clases de los estudiantes que habían estado en huelga, en algunos casos desde julio.

El último documento de la CIA, publicado el 17 de enero de 1969, indica que aunque las autoridades mexicanas afirmaron que la “agitación externa” fue la base de los disturbios, la mayoría de los informes que vinculan el movimiento estudiantil con agrupaciones extranjeras seguían sin fundarse.

“… La masacre de Tlatelolco ha crecido mucho en la memoria mexicana y aún perdura. Es la Plaza Tiananmen de México, el estado Kent de México: cuando el pacto entre el gobierno y el pueblo comenzó a desmoronarse y comenzó la prolongada crisis política de México”, escribe Kate Doyle en el sitio del Archivo de Seguridad Nacional donde se encuentran los documentos desclasificados.