Hola, Andrés Manuel.

Seguramente no me recuerdas, pero fui parte del equipo de abogados  que te asesoraba cuando eras presidente nacional del Partido de la Revolución Democrática (PRD), un partido que técnicamente ya no existe por dos razones: la primera porque, aunque te lo dio todo, cuando ya no pudiste exprimirlo más lo abandonaste para formar tu partido con dinero que nunca quedó claro de dónde salió pero que te permitió llegar a la presidencia de México; la segunda, porque en ese partido terminaron por enquistarse auténticos mafiosos que robaron a manos llenas en la Ciudad de México.  

Obviamente no te acuerdas de mí porque tan solo era un chamaco que estaba terminado sus estudios en la Facultad de Derecho de la UNAM, pero me gustaría creer que sí porque un día, mientras discutías con integrantes de tu primer círculo el caso de unos activistas que habían sido encarcelados en el Reclusorio Norte en la Ciudad de México, me volteaste a ver y me preguntaste de golpe: “¿Y usted qué piensa, abogado?”.

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No sé si te confundiste y pensaste que yo era alguien lo suficientemente importante como para pedirle su opinión, pero me valió gorro y, tras pasar saliva, te contesté algo así como “mi líder, están violando la Constitución y eso no lo podemos permitir”. 

Recuerdo que sonreíste con discreción y dijiste “me gusta cómo piensa, abogado”, ya te imaginarás que me sentí como si acabara de sustentar mi examen profesional y hubiese salido en medio de vítores y múltiples; que el líder de la izquierda en México te echara una flor de ese calibre no era cosa de todos los días.

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Me encantaría creer, Andrés Manuel, que te acuerdas de mí porque hoy vengo justamente a decirte lo mismo que aquel día, con la salvedad de que ya no soy un joven estudiante, sino que ahora soy un abogado con cierto prestigio que terminó por especializarse en el combate a la corrupción. 

Vengo a decirte que desde el día que asumiste la presidencia de la República, has violado la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos al implementar, gracias a la mayoría que obtuviste en el poder legislativo por tu discurso anticorrupción, por el hartazgo de la sociedad y el consecuente voto extraído desde su hígado, la tristemente célebre reforma penal-fiscal de 2019 y, desde ahí, gracias a la politización de la Unidad de Inteligencia Financiera, del Servicio de Administración Tributaria, de la Procuraduría Fiscal de la Federación y de la Fiscalía General de la República, lograste acorralar a tus rivales lanzando acusaciones sin sustento en la mayoría de los casos.   


Todo esto, señor Presidente, lo he analizado y denunciado en los medios de comunicación que todavía se atreven a señalar lo que ya es un grito a voces: el uso de la ley y de las estructuras gubernamentales para apuntalar a tu gobierno, lo cual, si me lo permites, te diré que cumple perfectamente con una de las definiciones básicas de la corrupción: el uso de una posición de privilegio para obtener un beneficio indebido.

Sí, Andrés Manuel, me siento profundamente decepcionado y preocupado por la ruta que está tomando tu gobierno. A pasos agigantados tu presidencia se está posicionando para ser considerada como una de las más corruptas en la historia de México ya que más allá de tu discurso, tus acciones no solo no han logrado llevar ante la justicia a quienes saquearon a México sino que han generado graves daños a la economía y a la seguridad del país. 

 

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Decidiste bajarle los sueldos a los burócratas alegando que con eso se erradicaría la corrupción, decidiste cancelar un aeropuerto generando con ello un quebranto económico sin precedentes para el país, cancelaste los contratos para la compra de medicinas con una pandemia global que se nos venía encima, simulaste un sorteo para la venta del avión presidencial que legalmente es imposible vender, se exhibieron ante los medios cheques por acuerdos reparatorios que nunca se materializaron, tus familiares han sido grabados recibiendo dinero, se les han documentado propiedades más allá de cualquier lógica a funcionarios de tu primer círculo, muy pocos se vieron obligados a renunciar en medio de escándalos de corrupción: tu Consejero Jurídico, tu Procurador Fiscal, tu Administrador General de Aduanas, tu Secretaria de la Función Pública y tu Titular de la Unidad de Inteligencia Financiera; ordenaste dejar en libertad a Ovidio Guzmán y un largo (y vergonzante) etcétera; la lista no termina ahí pero hasta ahí la dejamos. Mi yo de aquellos años me lo pide encarecidamente. 

El periodismo de investigación te tiene acorralado y lo único que han hecho esas mujeres y esos hombres es exhibir información y documentación que no has logrado rebatir y claramente no encuentras la manera de salir adelante; a cada reportaje tu respuesta es lanzar acusaciones ad hominem y generar otro escándalo, pero ayer, señor presidente, cruzaste una peligrosa línea. 

Ante el escándalo provocado por la investigación de un posible conflicto de interés entre Pemex y la empresa norteamericana Baker Hughes, en la que inevitablemente se vio afectado uno de tus hijos y su familia, violaste flagrantemente la Constitución y las leyes que de ella emanan mostrando información de carácter fiscal y financiera del periodista Carlos Loret de Mola que supuestamente recibiste de manera anónima.

No la amueles, señor presidente, a ti no te llegan cartas anónimas, la lógica dicta que esa información fue extraída desde el Servicio de Administración Tributaria y con ello se violaron ¿estás listo? los artículos 1, 6, 7, 13 y 16 de la Constitución, los artículos 6 y 31 de la Ley General de Protección de Datos Personales en Posesión de Sujetos Obligados, los artículos 69 y 89 del Código Fiscal de la Federación, los artículos 57 y 68 de la Ley General de Responsabilidades Administrativas además del artículo 210 del Código Penal Federal. 

Con esto estás rompiendo, de facto, con el Derecho Positivo Mexicano y le estás dando la bienvenida al Lawfare.

Estoy seguro que la decisión de ventilar información que está protegida por el secreto fiscal fue tomada en un momento de ira y espero, sinceramente, que por lo menos alguien de tu equipo te haya advertido que ello implicaría la posible comisión de diversos delitos, chance y hasta de delincuencia organizada, esa que tú nos prometiste erradicar. Con esto, señor presidente, te acabas de colocar no solo en la misma posición que aquellos que criticaste tanto, sino que abriste un nuevo capítulo en la historia de la corrupción en México.

Si yo todavía fuera tu abogado, señor presidente, te advertiría que la Jefa del Servicio de Administración Tributaria (tu incondicional a toda prueba) puede ser llamada para una reunión de trabajo ante el Poder Legislativo y que en este puede ser creada una comisión especial que investigue este caso y te pondría sobre de aviso que, seguramente, se presentarán denuncias ante la Fiscalía General de la República en contra de diversos servidores públicos. 


¿Verdad que ya no fue tan buena idea el violar el secreto fiscal de Carlos Loret? 

De igual manera, señor presidente, te advertiría que este escándalo será atendido inevitablemente por autoridades de los Estados Unidos ya que existió una potencial violación a la Foreign Corrupt Practices Act, el Departamento de Justicia y la Comisión de Bolsa y Valores de los Estados Unidos deberán investigar a profundidad las denuncias que están siendo presentadas tanto por la Senadora Xóchitl Gálvez como por los propios accionistas de Baker Hughes.

Todo lo que aquí te digo, señor presidente, inequívocamente rebasa por mucho al alcance de tus discursos diarios, a los análisis de los periodistas orgánicos de tu régimen y a los cientos de “influencers” que intentan desesperadamente justificar lo injustificable en redes sociales; la Constitución fue violada y no hay vuelta para atrás.

Pero como ya no soy tu abogado, estimado Andrés Manuel, solo te diré que, lamentablemente, es probable que tu presidencia pase a la historia como una de las más corruptas de la historia de México.

Te reitero la seguridad de mi consideración distinguida.

Salvador Mejía es Licenciado en Derecho por la UNAM y Maestro en Anticorrupción por la Universidad Panamericana. Este texto es una columna de opinión. Su contenido es responsabilidad del autor y no representa necesariamente la postura de EL CEO.