Desde que Osama Bin Laden fue abatido en Pakistán durante la administración del expresidente Obama, se colocó sobre la mesa la necesidad por parte del gobierno de los Estados Unidos para abandonar Afganistán, ya que, pongámoslo así, la misión para localizar y abatir al cerebro de los atentados del 11 de septiembre de 2001 efectivamente había sido cumplida. 

Sin embargo, la desordenada (por decir lo menos) retirada comandada por el presidente Biden permitió no solo que los Talibanes comiencen a retomar el control del país con el claro peligro que esto traerá para las mujeres, los periodistas, los luchadores por los derechos humanos y para cualquier hombre, mujer y niño que no cumpla con una visión retorcida del Islam, sino que de igual forma esto coadyuve para que surjan algunos escenarios catastróficos en el corto plazo: mercado negro de armas, cultivo y venta de drogas, santuario para extremistas y el estado como método para el financiamiento al terrorismo.  

Aunque parezca lejano, dos de estos escenarios podrían afectar de manera directa a México: el mercado negro de armas y la volatilidad en los precios de drogas. 

Armas

Igual que cuando los rusos tuvieron que retirarse de Afganistán e igual que tras la Guerra Fría, un arsenal de armas todavía no contabilizadas quedaron en manos del nuevo régimen, como prueba de ello ahí están no solo las respuestas a cargo de funcionarios estadounidenses sino también las imágenes de talibanes usando uniformes tácticos de las fuerzas especiales manejando Humvees y portando rifles M16.

¿Qué más dejaron los norteamericanos durante su huida? Tan solo en los últimos dos años abastecieron a las fuerzas armadas de Afganistán con más de 18 millones de rondas de municiones. Las estimaciones (porque ya no hay tropas ni activos de inteligencia en el terreno) sugieren que los talibanes pueden tener bajo su posesión helicópteros Black Hawk y aviones militares. 

En manos de los nuevos amos del país quedará un arsenal generado por veinte años de ocupación que bien podría comenzar a ser vendido a clientes potenciales como los carteles mexicanos, o por lo menos un porcentaje de este. 

Imaginemos que efectivamente parte del arsenal fuera vendido a los carteles, el cual entraría sin mayor problema a México gracias a que las puertas de nuestras aduanas siguen estando más que abiertas para las armas de Estados Unidos y para los precursores químicos de China. ¿Cuál sería el poder que estos grupos delictivos podrían alcanzar? ¿Llegaríamos, dado el caso, a que se pudiera materializar la tan acariciada idea por algunos legisladores norteamericanos de equipar a los carteles con grupos terroristas? 

Si las agencias de Estados Unidos llegaran a rastrear estas operaciones y si son capaces de vincular a los carteles con vendedores de armas afines a los talibanes, o con los talibanes mismos, podríamos atestiguar un impacto mayúsculo para el de por sí maltrecho clima de inversión en México. 

Drogas

Afganistán históricamente ha sido un actor relevante en el mercado mundial del opio cuya producción inevitablemente volvería a dispararse por no existir una autoridad local encargada de combatirlo y, porque como lo fue el caso de ISIS, el gobierno mismo optaría por la venta de drogas como un método para financiar la operatividad del régimen, el cual de manera paralela podría llegar a convertirse en refugio o safe harbor de extremistas y terroristas dando paso al terrorismo híbrido.  

Si bien el portavoz del régimen Talibán, Zabihullah Mujahid, ha prometido eliminar la producción de opio esto resulta poco creíble debido a las ganancias multimillonarias aparejadas y lo cual nos llevaría a hablar sobre la posibilidad de que Afganistán sea clasificado como un un narcoestado y regresemos a la “casilla uno”. 

Honestamente me parecería poco viable que se repita la prohibición decretada en su momento por el régimen Talibán para el cultivo de la amapola; el caos y el dinero no lo permitirán.

De hecho desde el inicio de la invasión de Estados Unidos el cultivo de la amapola no necesariamente se detuvo, no obstante que el “ejército más poderoso del mundo” estaba ahí para prevenirlo; hay reportes que indican que la invasión fue el escenario ideal para el crecimiento de los campos de cultivo. 

Algunas de las estimaciones que he leído sugieren que en 2001, antes de la invasión, en Afganistán había algo así como 8,000 hectáreas y en 2020 a 224,000 hectáreas que pudieron transformarse en una cosecha de 6,300 toneladas.

¿Qué ganancia pudo generar esto a los talibanes? Hay análisis que proponen entre 350 y 466 millones de dólares. Honestamente creo que sería mucho más.  

¿Hasta dónde podrían llegar las estimaciones sin un solo actor que, por lo menos, diera la impresión de estar haciendo algo por combatir el narcotráfico? ¿Cómo impactaría esto en el precio mundial del opio? ¿Cómo impactaría esto a los carteles mexicanos? 

Esto nos debería llevar a debatir, sin miedo, la necesidad de legalizar las drogas. Si no entendemos que “el ejército más poderoso del mundo” (si, otra vez) no pudo erradicar el cultivo del opio durante veinte años de ocupación es porque estamos ciegos, sordos o locos.

Sin importar lo aquí planteado, la siguiente jugada estará del lado de los carteles y (no me lapiden) de su adecuado manejo del riesgo.

Salvador Mejía es licenciado en Derecho por la UNAM. Cuenta con estudios de especialización en México y Estados Unidos en Prevención de Lavado de Dinero y Financiamiento al Terrorismo, Anticorrupción, Gobierno Corporativo así como en Inteligencia y Contrainteligencia

Este texto es una columna de opinión. Su contenido es responsabilidad del autor y no representa necesariamente la postura de EL CEO.