Uno de los retos más importantes para conseguir disminuir las emisiones de carbono a nivel mundial es conocer los niveles particulares de cada empresa y sector para poder tomar las acciones específicas necesarias en cada área.

Es por esto que uno de los obstáculos más difíciles de sortear es el de las empresas que se presentan a sí mismas como alternativas ecológicas sin tener los méritos necesarios: un fenómeno conocido a nivel mundial como “greenwashing”.

El término fue acotado en la década de los 80, cuando Chevron comisionó “People Do”, una serie de comerciales en televisión y medios impresos que mostraba a sus empleados protegiendo osos, mariposas y tortugas marinas.

La campaña, que incluso ganó un premio Effie, no estaba respaldada por ningún cambio importante en las polìticas ambientales de la empresa. De acuerdo con Joshua Karliner, autor de “El Planeta Corporativo”, la idea surgió como un reto dentro de la empresa para crear una campaña dirigida a “la audiencia hostil y socialmente consciente que estaba preocupada por asuntos como la perforación marítima”.

La crítica principal hacia la campaña provenía de la elección de prioridades de la compañía: el proyecto para proteger mariposas en El Segundo costó alrededor de 5,000 dólares, mientras que la producción del comercial de 30 segundos se calculó en 200,000. Para Karliner, este es el ejemplo perfecto de greenwashing al que los demás competidores aspiran a emular.

Catástrofe en el Golfo

Otro de los ejemplos más famosos de la historia es el de British Petroleum, que a principios de siglo introdujo el eslogan “Más allá del petróleo”, para resaltar sus preocupaciones ambientales. En 2010 la plataforma Deepwater Horizon, propiedad de la compañía, derramó cerca de 4.9 millones de barriles de crudo en el Golfo de México en uno de los escándalos más grandes de los últimos años para una compañía petrolera.

Sin embargo, BP no se deshizo del slogan “Más allá del petróleo” sino hasta 2013, mismo año en el que se deshizo de sus inversiones eólicas y dos años después de que descargara sus inversiones solares.

Los casos de greenwashing no afectan sólo a las empresas. Esta semana, estudiantes de la sociedad Cero Carbono de la Universidad de Cambridge acusaron a la rectoría de la institución de organizar eventos con el nombre “Cero carbono” como una maniobra de relaciones públicas para distraer de sus continuos vínculos con empresas de petróleo y gas.

“Tomar el nombre de nuestra sociedad, que se ha mantenido a favor de la justicia reparativa y climática, para hacer promoción a los criminales climáticos socios de la universidad con el objetivo de darles legitimidad social es excepcionalmente trastornado y muestra de una bancarrota moral”, dijeron los voceros de la sociedad.

El greenwashing también afecta a inversionistas, que pudieran confiar en empresas contaminantes bajo la impresión de que sus fuentes de energía y manejo de desechos son más ecológicamente responsables. Bloomberg advierte que, en la actualidad, incluso el mejor sistema de calificación es poco confiable debido a la falta de un conjunto de datos robusto y un estándar contra el cual comparar.

Este estándar podría ser la última pieza para que el mundo se deshaga del greenwashing, pero no será fácil. Este año, la Universidad de Oxford intentó hacer un recuento del número de empresas energéticas que tenían metas cero emisiones.

El estudio reveló que, de las 13 compañías que respondieron de forma positiva, más de la mitad planeaba eliminar sólo las emisiones de sus operaciones administrativas, las cuales representaban números tan pequeños como el 6% del total.

Es un hecho que existe un clamor mundial por acciones efectivas en contra del cambio climático, y pocas empresas están dispuestas a ser señaladas como parte del problema. Mientras no exista un estándar mundial de medición de avances, las empresas podrán aparentar ser parte de la solución sin utilizar energías limpias, controlar sus emisiones o mejorar sus sistemas de desechos, todo esto a costa de las metas mundiales.