El Departamento de Energía de Estados Unidos (DoE) lanzó a principios de este año el Gran Reto de Almacenamiento, un concurso mediante el cual pretende utilizar parte de los 158 millones de dólares que el gobierno de Donald Trump ha comprometido al desarrollo de tecnologías de almacenamiento para ayudar a crear mejores alternativas que potencialicen la adopción de energías limpias a nivel mundial.

La naturaleza intermitente de generaciones como la eólica y solar ha hecho que algunas redes eléctricas a nivel mundial vean rebasada su capacidad de adopción, como ocurre en México, por lo que tener la posibilidad de almacenar grandes cantidades de energía podría transformar la forma en la que se proyecta el abasto eléctrico.

“Los costos de los paneles solares, por ejemplo, se han reducido cerca del 50% en los últimos cinco años y eso inevitablemente cambia la forma de hacer negocio de acuerdo a las necesidades, explicó Rodrigo Favela”, socio de HCX.

Agregó que ahora se ve que la expectativa es un avance en almacenamiento, para tener una generación autónoma y distribuida en vez del modelo a gran escala y con base en fósiles que actualmente se tienen en México.

El objetivo del reto, según el DoE, es “asegurar una cadena doméstica de manufactura de materiales críticos independiente de fuentes extranjeras para 2030”.

Esta visión resulta poco sustentable y podría enfrentarse a los mismos retos que los combustibles fósiles, advirtió Karl M. García, catedrático de química en la UNAM.

“Hay que ser cuidadosos con los límites naturales, porque al final de cuentas necesitamos extraer minerales y, si nos vamos a volver locos como lo hicimos con el litio, vamos a tener el mismo problema en un rato. A través de la química se pueden producir soluciones buenas de forma experimental”, detalló.

Una de estas soluciones se ha trabajado en México, liderada por el doctor Carlos Amador Bedolla. Se trata de las baterías de flujo: una solución de iones (de agua y sal) que transmite energía mediante procesos de reducción y oxidación.

El problema, señala García, es que actualmente las baterías requieren de volúmenes muy grandes de solución para poder almacenar la energía, por lo que son viables para abastecer a colonias completas, pero no para necesidades más limitadas de espacio, como la movilidad.

Este tipo de soluciones serían ideales para zonas como la península de Yucatán o la península de Baja California, que han experimentado problemas debido a la falta de líneas de transmisión que garanticen su abasto mediante la red eléctrica nacional.

Las baterías de flujo son de bajo costo y, al final de su vida (de alrededor de 20 años), generan una solución inerte que permite recuperar una gran cantidad de agua. Incluso si métodos como estos ganaran eficiencia, el éxito de la transición energética dependerá de ajustes en nuestros casos de uso.

“Lo más importante es que aprendamos que las cosas están cambiando, y que aprendamos a racionalizar la energía porque ya no va a ser lo mismo. Cuando los autos sean eléctricos no será necesario que vayamos a 120 km/h, porque si fuéramos a 60 los motores necesitarían menos energía, con lo que las baterías y la propia energía durarían más. Si queremos ir a la misma velocidad vamos a estar en el mismo lío”, advirtió.

Favela también resaltó que los retos de almacenamiento son sólo una parte de los múltiples ajustes que se tienen que hacer al futuro de los sistemas eléctricos en México y el mundo.

“El tema de las tecnologías de la información también está reduciendo de forma importante el consumo de energía y está haciendo más eficiente tanto a procesos industriales como al consumo local. Las grandes empresas a nivel mundial que hacen proyecciones de consumos a futuro han hecho especial hincapié en esto”.