Se acabaron los manifestantes, la policía, los periodistas y ahora se congratulan los vecinos de la embajada ecuatoriana en Londres, que tras entregar a Julian Assange a las autoridades británicas parecen tener por delante una importante operación de limpieza del lugar donde vivió siete años.

Dios mío, se ha acabado la pesadilla, que alivio. En toda esta zona, la gente que vivimos aquí estábamos molestos por lo que sucedía, había presencia policial, manifestaciones. No era a diario pero la situación se prolongó siete años

Tony Knight, consultante financiero que vive cerca de la edificación diplomática, en el elegante barrio de Chelsea. 

Según Knight, incluso cayeron los precios de las viviendas: “Alguien me dijo (…) que tuvieron que rebajar su alquiler 30% por todo este asunto”.

La declaración la hace mientras señala el edificio de cuatro plantas, ladrillo rojo y ventanas blancas, que acoge en su ala izquierda a la embajada de Ecuador y en la derecha a la embajada de Colombia.

Se accede a ambas por la puerta principal del inmueble, separada de la calle por un corto tramo de escaleras. Dentro, una pequeña recepción de suelos de mármol y paredes oscuras acoge al único guardia de seguridad visible. En las plantas superiores del edificio hay una decena de apartamentos privados.

En el momento de la detención de Assange, cuando la policía de Londres lo sacó arrastrándolo hasta una camioneta estacionada en la puerta, los empleados de la legación colombiana se vieron imposibilitados de usar la entrada principal y tuvieron que salir por la trasera.

Aparte de eso, afirman, la larga estancia del fundador de WikiLeaks, de 47 años, en la embajada vecina, con la que solo comparten un oscuro e inaccesible patio desde cuyas ventanas apenas se vislumbra nada, “no ha sido realmente una molestia”, dice uno de ellos.

“Era como un vecino al que nunca ves”, agrega.

Heces sobre las paredes

Por las ventanas exteriores sí se aprecian, sin embargo, los restos de las numerosas protestas que se organizaron durante años en la acera de enfrente, algunas de ellas con la presencia de celebridades, como la veterana diseñadora de moda británica Vivienne Westwood.

Sobre un montón de vallas metálicas utilizadas por la policía para contener a los manifestantes aún queda un cartel con una foto del hacker australiano y una gran pancarta blanca que dice ‘Free Assange’.

Junto a ellas, este viernes había todavía media docena de cámaras televisión y algunos periodistas a la espera de acontecimientos, por ejemplo, la llegada de un escuadrón de limpieza.

“Parece que van a necesitar una limpieza profesional dura”, dice Rob Catherall, de Sky News.

El jueves, tras retirar a Assange del asilo diplomático que en 2012 le había concedido su predecesor Rafael Correa, el presidente de Ecuador, Lenín Moreno, denunció la conducta provocadora e “irrespetuosa” del australiano.

Este señor con sus heces fecales manchaba las paredes de la embajada

aseguró Moreno.

Los trabajadores de la legación ecuatoriana se rehusaron hacer comentarios o incluso abrir la puerta.

Justo detrás de las cámaras de televisión, una mujer de pelo corto, pantalón tejano y chaleco azul marino friega las escaleras de una majestuosa vivienda particular.

“Al principio aquí había mucha policía, cada día y eso duró años”, recuerda una polaca de 50 años que trabaja desde hace una década como encargada de la limpieza de esta casa situada justo frente a la embajada y que no quiere dar su nombre.

“Lo vigilaban por si intentaba salir” pero “al cabo de un tiempo eso ya no tenía sentido ¿A dónde iba a ir? Estaba ahí como en una prisión”, dice señalando el balcón, situado en una esquina de la segunda planta de la legación, justo encima de la bandera de Ecuador, donde Assange salió en alguna ocasión a hablar con la gente.

Le sorprende que siga habiendo periodistas en la acera. Pero “mañana probablemente todo volverá ya a la normalidad”, afirma.