Aunque provienen de extremos opuestos del espectro político, Andrés Manuel López Obrador y Jair Bolsonaro han tenido una reacción similar a la pandemia de COVID-19 que es sintómatica de los problemas de los países que presiden, exponen en una columna de opinión Guillermo Ortiz, exgobernador de Banco de México, y Arminio Fraga, expresidente del banco central de Brasil.
En el texto, titulado “Los presidentes de México y de Brasil son ambos unas bolas de demolición” y publicado este jueves en el Financial Times, destacan que ambos presidentes fueron electos en buena parte por las muestras flagrantes de corrupción e incompetencia de administraciones previas.
Las esperanzas eran altas de que serían agentes positivos de cambio en las dos economías más grandes de Latinoamérica. En su lugar, decididos a dañar el régimen institucional de sus países para avanzar agendas políticas retrógradas, parecen bolas de demolición
escribe Ortiz y Fraga en el diario británico.
Según los autores, López Obrador y Bolsonaro representan una amenaza para la democracia en una región con una larga tradición de regímenes populistas tanto de derecha como de izquierda.
Sobre la respuesta a la contingencia sanitaria, destacan que ninguno de los presidentes ha respetado a cabalidad el distanciamiento social y siguieron realizando mítines políticos. El mandatario brasileño incluso se vio envuelto en polémica cuando se retiró el cubrebocas en la conferencia para anunciar que había dado positivo al coronavirus.
Ambos presidentes desdeñaron las recomendaciones de autoridades sanitarias, domésticas e internacionales y, ahora, Brasil tiene el segundo mayor número de muertes totales a nivel global y México es el tercero más alto, señalan en la columna de opinión.
Ortiz y Fraga también destacan que las promesas de un crecimiento económico acelerado tras las reformas de la década de los 90 siguen incumplidas y, en vez de acercarse a los estándares de vida de los países desarrollados, tanto México como Brasil han tomado caminos divergentes, lo que puede complicarse aún más ahora que América Latina apunta a sufrir su mayor colapso económico en un siglo.
“Esto exacerbará los flagelos de la región de bajo crecimiento, baja productividad, desigualdad, corrupción, crimen, falta de oportunidades y baja movilidad social, a menos que la crisis sea usada para confrontar esos problemas”, advierten los exdirigentes de los bancos centrales de México y Brasil.
Otra de las características que comparten López Obrador y Bolsonaro es el descarado desprecio por el medio ambiente, escriben los autores. En el caso del mandatario mexicano, ha emprendido sus proyectos sin contar con las autorizaciones ambientales necesarias, mientras que el brasileño dio marcha atrás a las medidas para proteger la Amazonía.
El área en la que difieren es en el programa económico que enarbolan.
“López Obrador ha mantenido el gasto limitado, pero no Bolsonaro. Como resultado de ello, el déficit fiscal del Brasil se disparará hasta un estimado de 18% de la producción este año, mientras que el de México alcanzará un menos extravagante 5%”, explican Ortiz y Fraga.
Pero las decisiones los han llevado a similares puntos de inflexión política.
“Bolsonaro está bajo presión para construir una alianza con partidos centristas altamente pragmáticos. En México, López Obrador parece estar redoblando su apuesta basada en políticas populistas, decepcionando a muchos que esperaban por un plan más pragmático”, escriben.
Como aspecto positivo, Ortiz y Fraga destacan la resiliencia que han mostrado algunas instituciones democráticas ante los embates de ambos mandatarios.
En el caso de México, el Poder Judicial ha frenado varias iniciativas de AMLO, como aquellas que buscaban frenar las energías limpias, mientras que la prensa y la sociedad civil también han jugado un papel para limitar medidas autoritarias.
“Democracia, rendición de cuentas y respeto a la ley pueden parecer pasadas de moda en gran parte del mundo. Pero, aunque es muy pronto para celebrar, Brasil y México han al menos experimentado algunos de los frutos de tener instituciones resilientes. Estas deben permanecer en el centro de la respuesta de lo región a sus retos”, concluyen Ortiz y Fraga.