Violencia, desapariciones y desigualdad: las historias de las mujeres detrás de la marcha del 8M
Violencia, desapariciones y desigualdad: las historias de las mujeres detrás de la marcha del 8M

Violencia, desapariciones y desigualdad: las historias de las mujeres detrás de la marcha del 8M

Es el primer 8 de marzo con una mujer en la presidencia de México: un hito histórico que, en teoría, debería marcar un cambio. Sin embargo, en las calles, la rabia sigue intacta porque continúan los feminicidios, las desapariciones, la violencia en los hogares, en las oficinas, en las calles. No hay tregua con la violencia hacia las mujeres.

La marcha avanza entre consignas que rebotan contra los edificios de Reforma, escoltada por jacarandas en flor que tiñen de morado el asfalto.

Karla Ramírez camina bajo la sombra del Ángel de la Independencia. Tiene 28 años, es arquitecta y cuenta que para acceder al trabajo de sus sueños tuvo que mentir en su entrevista.

“Oculte mi embarazo. Sabía que si lo mencionaba, no me contratarían. Tenía las manos atadas”, dice con una media sonrisa amarga. Lo que para algunos es alegría, para muchas mujeres es una sentencia laboral.

A pocos metros, Ana Luisa bebe agua bajo el intenso sol y pide que su nombre real no sea revelado. Trabaja en una aseguradora francesa en México, actualmente en disputa con el SAT, y aunque su desempeño es impecable, la maternidad se convirtió en un muro imposible de atravesar.

“Me negaron un ascenso porque soy mamá. Me dijeron que ser líder de equipo me traería demasiadas responsabilidades y que era mejor enfocarme en mis hijos”, cuenta. No importa qué tanto se esfuerce, el techo de cristal sigue ahí. Aunque la presidenta Claudia Sheinbaum, y diversas instituciones, digan otra cosa.

Según la ONU, la maternidad es usada como un arma de discriminación contra las mujeres en el mundo laboral.

En algunas empresas, antes de firmar un contrato, se exige una prueba de embarazo. En otras, simplemente dejan de promover a las mujeres que son madres. Trabajo y maternidad siguen siendo, para muchos, incompatibles.

Para Ana María, la violencia de género ha tomado muchas formas a lo largo de su vida. Tiene 53 años, es profesora y viene desde Campeche. 

Recuerda que su padre, fue un petrolero con buen sueldo, nunca le dio dinero a su madre. Se lo gastaba en alcohol y apuestas, mientras ella pedía prestado para alimentar a sus hijos.

“Cuando me casé, mi esposo pensó que yo tenía dinero por mi papá petrolero. Como vio que no, empezó a golpearme. Me llamaba fea, gorda”, dice mientras acaricia su cabeza. La alopecia por estrés dejó marcas visibles de su historia.  Su vientre, marcado por cinco abortos, lleva también las cicatrices de su historia.

A su lado, su prima Dulce, médico en Veracruz, confirma que es común ver mujeres atrapadas en relaciones de violencia. 

“En el sur, los hombres todavía creen que la mujer debe quedarse en casa, tener hijos y aguantar. Yo tuve suerte, mis padres me impulsaron a estudiar. Mi papá me dijo que no dependiera de un hombre. Y tuvo razón”, afirma con seguridad.

De acuerdo con el IMCO, en 2024 los estados del sur tienen la menor participación económica femenina. Son las mujeres de estas regiones las que más se beneficiarían si pudieran incorporarse al mercado laboral sin barreras.

Las desaparecidas

Pero la violencia no solo ocurre en casa o en el trabajo. En la marcha también caminan mujeres con el rostro endurecido por la tristeza. Sus pancartas llevan nombres de hijas, hermanas y amigas que un día desaparecieron.

“Vivas se las llevaron”, grita Sagrario. “¿Pero a dónde?”, se pregunta con voz quebrada. Su hermana desapareció hace seis meses. Salía a una entrevista de trabajo en Ecatepec, uno de los municipios con más mujeres desaparecidas, de acuerdo con el Registro Nacional de Personas Desaparecidas y No Localizadas

Desde entonces, nadie sabe nada.

“Porque ni la primera presidenta mujer ha logrado evitar la violencia”, comentó Sagrario.

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