Nota del editor: Este texto es responsabilidad del autor.
Por Jaime Martínez Bowness*
En muchas de las clases que imparto sobre innovación y sostenibilidad, comparto con mis alumnos tres ideas: primero, que la población humana seguirá aumentando al menos hasta llegar a los 10,000 millones de personas en el año 2050. Segundo, que si bien es aplaudible reducir el “consumismo” en nuestras sociedades, la humanidad aún necesita que la economía mundial crezca si es que vamos a tener los recursos para elevar de la pobreza extrema al 10 por ciento de la población mundial (y no hablo de proveerles frivolidades, sino de infraestructura básica, escuelas y cobertura médica).
Pero les menciono que a la par de estos dos hechos, como humanidad deseamos reducir nuestra huella ambiental –la cual incluye la generación de gases de efecto invernadero– si es que lograremos frenar, o al menos mitigar, el calentamiento planetario.
¿Cómo conciliar las tres cosas?
La respuesta no vendrá de la reducción demográfica –imposible salvo que ocurra una catástrofe– ni de la contracción económica –indeseable por las razones expuestas–. La única “palanca” a nuestra disposición es la creación de empresas y tecnología más potentes… pero dramáticamente más limpias a la vez. No “un poco” más verdes, sino reinventadas de pies a cabeza para ofrecer “lo mismo o mejor… pero sin contaminar”. Tecnología y modelos de negocios disruptivamente nuevos y no incrementalmente mejores.
Ante esto, algunos alumnos avispados me han señalado que adicional al surgimiento de mucho mejores tecnologías, requerimos de mejores instituciones legales –que reflejen los costos reales de la degradación ambiental– y una mayor cultura ambiental. Coincido. Pero a largo plazo le apuesto más al impacto que pueden tener tecnologías más eficientes y su adopción por empresas en competencia que a un “gran salto adelante” entre los gobiernos del mundo, muchos menos en Latinoamérica.
De ahí la importancia del moonshot thinking, término traducible al español como “pensamiento de lanzamientos lunares”: el atrevimiento a soñar en grande y pensar en nuevas soluciones, tecnologías y formas de operar nuestras organizaciones para alcanzar metas descabelladamente ambiciosas, positivas e inspiradoras.
El término tiene mucha historia. Lo generó un área de Google inspirándose en un discurso que dio el presidente estadounidense John F. Kennedy en 1962, en el que anunció el inicio de la “carrera hacia la luna”, reconociendo inspiradoramente: “Elegimos ir a la luna en esta década y hacer otras cosas, no porque sean fáciles, sino porque son difíciles”. Su poderosa retórica galvanizó al país en su competencia frente a los soviéticos, culminando en el alunizaje televisado de Neil Armstrong y “Buzz” Aldrin en 1969. Conseguirlo requirió estirar lo que hasta ese momento se creía tecnológica y políticamente posible.
De entonces a la fecha, retos similares han sido concebidos por empresas como SpaceX de Elon Musk, que abiertamente ha declarado que desea conseguir la colonización de Marte; Google con su proyecto Loon, ideado para llevar el acceso a Internet a áreas remotas del planeta utilizando globos de gran altura; o la misión de Virgin Galactic de hacer que el turismo espacial sea una realidad.
No todo el mundo piensa que el esfuerzo por abordar los problemas más importantes de esta época debe dejarse al sector privado. La académica británico-italiana Mariana Mazzucato argumenta en su libro Mission Economy que requeriremos de una coordinación entre el gobierno y el sector privado para atacar de manera frontal los retos del cambio climático, inequidad social, acceso a oportunidades y re-skilling que esta época presenta, cuyo tamaño y riesgo de inversión rebasan al empresariado por sí solo. (La participación del gobierno en las grandes innovaciones no es nueva: es bien sabido que los subsidios fiscales para la investigación, la educación pública y el fondeo de laboratorios por parte –por ejemplo– del gobierno de los Estados Unidos han sido críticos para el surgimiento de tecnologías de uso popular como el Internet y hasta los smartphones.)
Con apoyo del gobierno o sin él, no todo “lanzamiento lunar” será exitoso. La tasa de fracaso en estas excursiones de la imaginación es y será alta, por definición. Amazon capturó la imaginación popular hace unos años cuando anunció que intentaría generar un servicio de entrega a domicilio con drones. Eventualmente se topó con que en áreas urbanas, la congestión de drones en los cielos –y la regulación aeroespacial para tal efecto– se volvería un problema.
No obstante, aún cuando estas apuestas se quedan a medio camino, resultan tan innovadoras que traen muchos beneficios en aprendizaje, nuevas tecnologías y diferentes maneras de pensar el mundo. Cómo mínimo, revitalizan la noción de que podemos tener un capitalismo que busca valientemente resolver los mayores retos civilizacionales y no nada más producir más tenis de diseñador, televisores de 60 pulgadas o series de reality TV.
¿Dónde está la línea entre el moonshot thinking y simplemente tener una visión empresarial ambiciosa? La línea es tenue: Tesla se jacta de su “pensamiento de lanzamiento lunar” al buscar migrar al mundo hacia la energía sostenible. Sin embargo, hasta ahora el camino que ha elegido no ha sido precisamente el de la inclusión social: el precio de su vehículo eléctrico más barato comienza en los 42 mil dólares. Si su propósito es revolucionar el transporte, está eligiendo un camino muy indirecto para hacerlo.
Al preparar este artículo, decidí preguntarle a ChatGPT –la nueva herramienta de inteligencia artificial de uso fácil y gratuito, lanzada por la firma OpenAI– qué empresas en América Latina estaban incurriendo hoy en el moonshot thinking. Su respuesta (basada en lo que hay en Internet): “Es difícil encontrar ejemplos específicos de moonshot thinking en América Latina”.
El pesimismo de ChatGPT no está enteramente justificado: existen en estas latitudes muchas empresas buscando dejar una huella importante en las oportunidades, inclusión y calidad de vida de los latinoamericanos. Ejemplos de ellos van desde la bancarización hasta la electrificación de hogares rurales. Pero de que nos falta aún mucho liderazgo, y que sea éste mediáticamente prominente, en torno a la solución de los grandes problemas de nuestra época –como se los digo a mis alumnos: “lo mismo o mejor… pero sin contaminar”–, no cabe duda. Más moonshot thinking, por favor.
*Decano Regional de la Escuela de Negocios, Ciudad de México, Tecnológico de Monterrey