“Los estafadores son la peor especie de ladrones, porque despojan a sus víctimas no solo de sus bienes, sino de la fe en sí mismas”
-Stephen Vizinczey
Existen pocos oficios en los que, según la conseja popular, es necesario cultivar la imagen de un profesional antes de poder serlo realmente. Un ejemplo son los médicos, pues para ser doctor primero hay que parecerlo; o los toreros, a quienes siempre se les imagina con un capote bajo el brazo y enfundados en un traje de luces doradas y brillantes.
Otro caso, sin duda menos extremo, es el de los corredores de bolsa.
Porque gracias a las películas de Hollywood, y más recientemente a las series de Netflix, mucha gente piensa que la bolsa de valores es un club de ricachones, en el que siempre se gana y donde es posible convertir rápidamente unos pocos miles de pesos en varios millones, a condición de tomar “la cantidad adecuada de riesgo”.
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Bajo esta lógica, nunca falta el listillo que se compra un traje de colores chillones, renta un coche deportivo o de lujo por un par de días, y se lanza a estafar incautos a través de Facebook, Tik Tok e Instagram, con el cuento de que ya “alcanzaron la independencia financiera” porque conocen “el secreto de las inversiones”.
Un espécimen local y relativamente benigno de este perverso mecanismo fue el influencer y autodenominado “gurú inmobiliario”, Master Muñoz , que durante años cobró miles de pesos por una serie de cursos engañosamente descritos como “de finanzas”, y que prometían de manera más o menos indirecta que volverían millonario a cualquiera que los tomara.
Afortunadamente, el tiempo y el exceso de exposición del personaje terminaron por ponerlo en su lugar, y Carlos Muñoz Mendoza (su nombre real) terminó retirándose de la vida pública el pasado 30 de diciembre, luego de que las mismas redes sociales que lo encumbraron terminaran evidenciado que el tipo, además de engreído, era un pelmazo.
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Pero la variable realmente peligrosa de este tipo de estafadores viene cuando, en lugar de vender un curso motivacional, empiezan a captar recursos entre “el gran público inversionista”, lo que es decir, a apropiarse de los ahorros de la gente.
Este es el caso de la empresa de “inversiones” Xifra, que desde hace años, y con diferentes variaciones del mismo nombre, ha organizado seminarios y pláticas, también disfrazadas como “educación financiera”, en los que prometen una serie de despropósitos que harían sonrojar al más descarado promotor de cualquier institución mínimamente seria.
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Retornos rápidos de 200%, pagos mensuales garantizados, comisiones y viajes para quienes alcancen cierto número de “referidos”, y una enorme lista de promesas, métodos y condiciones que evidencian a cada momento su descarada condición de fraude multinivel.
Y las personas se lo creen, porque “ellos compran y venden criptomonedas y NFTs en la bolsa de valores y eso deja mucha ganancia”.
La ley prevé penas de cinco a 15 años de cárcel para quien realice intermediación de valores con el público sin contar con las debidas certificaciones y autorizaciones ante la Comisión Nacional Bancaria y de Valores y la Asociación Mexicana de Intermediarios Bursátiles; así como la clausura inmediata de los “fondos de inversión” fraudulentos.
Pero Xifra ahí sigue, operando impunemente a la vista de todo el mundo, porque en esta administración la prioridad es la grilla, el “ahorro” mediante el despido de cualquier personal medianamente calificado, y por supuesto, la coordinación de todo el aparato gubernamental para tratar de tapar el escándalo de la Mansión del Bienestar, propiedad de la malquerida nuera de Su Alteza Serenísima y su rechoncho Príncipe Heredero.
Abrumados por tan alta responsabilidad, queda poca voluntad y recursos para atender a los niños con cáncer, a los ancianos con COVID, a las comunidades desplazadas por el narco, y por supuesto, a las víctimas pasadas, presentes y futuras de la estafa piramidal de Xifra.
*Amin Vera es director de análisis económico en Black WallStreet Capital. Esta columna no representa necesariamente la opinión del EL CEO.