El complejo panorama internacional que protagoniza Venezuela abre las puertas a México para volver a posicionarse como una potencia regional en Latinoamérica, así como para trazar una nueva política exterior.

Así lo observa Francisco Franco Quintero, académico de la Universidad Iberoamericana y experto en materia de seguridad internacional.

Desde el pasado viernes, una nueva oleada de críticas cayó sobre el presidente Andrés Manuel López Obrador, tras la negativa de Maximiliano Reyes, subsecretario para América Latina y el Caribe, de firmar la declaración del llamado Grupo de Lima, que busca no reconocer la reelección de Nicolás Maduro como presidente de Venezuela.

La determinación de “no inmiscuirse en asuntos internos de otros países” –argumento que esgrimió López Obrador para defender la postura– le trajo criticas en redes sociales de políticos, especialistas y líderes de opinión, quienes insistieron en que la posición de México debe ser de defensa de los derechos humanos.

Para Franco Quintero, se trata más que de un posicionamiento.

Según explicó, este contexto internacional representa la oportunidad de México para tratar de conjuntar las dos visiones de política internacional que han luchado por posicionarse en el país: la primera, que tradicionalmente refiere un discurso de no intervencionismo –que desde los años sesenta y hasta el cambio de régimen (2000) posicionó a México a nivel internacional—, y otra con una política más reactiva y “moderna” iniciada con Vicente Fox.

Estas dos visiones no han logrado encontrar un punto medio: es decir, cómo jugar con las viejas reglas en un mundo moderno

La consecuencia: México perdió su posición y reconocimiento en asuntos internacionales, señaló el investigador.

El catedrático de la Universidad Iberoamericana aseguró que el país debería manifestarse en contra de lo que sucede en Venezuela, pues “eso no viola los principios de no intervención”.

Sin embargo, advirtió que ante esta política más reaccionaria se deben cuidar dos elementos centrales: no inmiscuirse en temas de política interna y no sumarse a los intereses “intervencionistas” que podrían tener otros países.

“Hay temas de derechos humanos y de derechos fundamentales que son universales, ahí México tiene que intervenir, en los temas que sean globales (cambio climático, derechos humanos, migración), ahí tiene que alzar la voz y dejar claro cual es su posición. Donde no tenemos que meternos son en asuntos de política interna. Por eso con Venezuela, tendríamos que alzar la voz, pero con cuidado”, comentó.

Para el investigador también se trata de un momento en el que México “entienda” el lugar que juega como potencia regional y del que dice, se perdió últimamente.

Si vamos a decir no al grupo de Lima, entonces propongamos una alternativa para saber qué hacer con Venezuela; quedarse callados simplemente no funciona en política exterior y esto apoyaría a que México se posicione como una potencia regional y que el país puede hacer muy bien

Esta no es la primera vez que una decisión de Estado en relación a la forma de gobierno de Venezuela genera opiniones encontradas en el país.

Desde hace 18 años, la relación que México ha mantenido con la República Bolivariana de Venezuela ha estado plagada de altibajos: desde confrontaciones directas entre los presidentes de ambas naciones, hasta la firma de trabajos conjuntos.

La disputa entre Vicente Fox y Hugo Chávez

Durante el sexenio de Vicente Fox Quesada estalló una crisis diplomática entre ambos países, que incluso derivó en la salida del cuerpo diplomático de ambas naciones y en el establecimiento de una relación de simples socios comerciales.

Las diferencias arrancaron en noviembre de 2005, cuando en la Cumbre de América, Fox y Hugo Chávez intercambiaron palabras ante la posición del primero de apostar por el Área de Libre Comercio de América (ALCA) –consistente en una especie de Tratado de Libre Comercio con Latinoamérica que defendía Estados Unidos— y a la que el presidente de Venezuela se oponía.

Chávez tachó al mexicano de “cachorro del imperio” y “entreguista de Estados Unidos” y éste respondió con un ultimátum con el que exigió una disculpa de Estado a cambio de la permanencia de su entonces embajador en México, Vladimir Villegas.

La escaramuza subió de tono cuando el ministro de Relaciones Exteriores de Venezuela, Alí Rodríguez, ordenó el retiro de Villegas y México hizo lo propio con Marco Antonio García Blanc.

La última advertencia fue de Hugo Chávez, que replicó:

No se meta conmigo, caballero, porque sale espinao

El enfrentamiento con el país sudamericano también estuvo acompañado de fricciones que Vicente Fox tuvo con el gobierno de Cuba de Fidel Castro, Bolivia y hasta Argentina.

Antes del choque, Venezuela y México presumían amistad.

En abril de 2001, Vicente Fox tuvo un encuentro con Maduro y su también homólogo de Colombia, Andrés Pastrana, miembros del entonces “Grupo de los Tres”, con quienes pactó coadyuvar en el proceso de paz de Colombia y un proyecto de 500 millones de dólares para financiar la regiones de los tres países.

El pacto se rompió en 2006 tras la pugna Maduro-Fox de un año antes.

Aún en 2004, Venezuela y México habían firmado el acuerdo de San José para abastecer hasta con 80,000 barriles de petróleo a Belice, Costa Rica, El Salvador, Guatemala, Haití, Honduras, Jamaica, Nicaragua, Panamá y República Dominicana.

En el comunicado conjunto la cancillería destacó el “ambiente de especial cercanía” que en ese tiempo existía entre México y Venezuela y con el que supuestamente reafirmaron sus “históricos vínculos de amistad”.

Todavía en octubre de ese mismo año, el entonces canciller de México, Luis Ernesto Derbéz, visitó la república bolivariana, tras ocho años de no pisar el territorio.

México-Venezuela y la disputa por Cemex

(Foto: Presidencia)

Las fricciones de Chávez con Fox tuvieron repercusiones en el sexenio de Felipe Calderón.

La primera muestra: Hugo Chávez se sumó a la lista de los cuatro mandatarios –entre ellos, Fidel Castro de Cuba, Michelle Bachelet de Chile, Tabaré Vázquez de Uruguay y Evo Morales de Bolivia— que no asistieron a la investidura presidencial del mandatario panista, el 1 de diciembre de 2006.

Entonces, López Obrador, hoy presidente de México, acusaba a Felipe Calderón de haber cometido fraude electoral.

Ya en pleno arranque del sexenio, Chávez midió su fuerza al decretar –como parte de su política nacionalista— la expropiación de las tres plantas de Cemex, ubicadas en su territorio, pagando por los activos de la cementara sólo 650 millones, de los 1,300 millones que pedía la empresa mexicana.

El entonces secretario de Economía, Eduardo Sojo, advirtió que el gobierno mexicano “defendería con todo los intereses de Cemex”, y la privada amenazó con llevar la “confiscación” a juicio internacional.

Dos años después, en lo que parecía una viraje en la política exterior, Calderón Hinojosa recibiría entre abrazos a los jefes de estado de Cuba, Fidel Castro; de Bolivia, Evo Morales y de Venezuela, Hugo Chávez, en la Cumbre de la Unidad de América Latina y el Caribe.

El presidente de México y de Venezuela se verían una vez más las caras, tras la Cumbre del Grupo Río que se celebró en las playas mexicanas de Cancún en 2010, y en la cumbre fundacional de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac) en 2011.

Precisamente ese año, Hugo Chávez compensaría con 600 millones de dólares más a la mexicana Cemex por la toma de sus tres instalaciones.

El punto álgido del choque

El terreno blando que dejó Calderón Hinojosa pronto se tornó más resistente con el arribo del nuevo mandatario de Venezuela, Nicolás Maduro.

En marzo de 2013, el presidente de México, Enrique Peña Nieto, asistió a los funerales de Hugo Chávez -tras morir de cáncer-, e incluso montó la tercera guardia de honor, a pesar de que éste insistió en que se trataba más de un acto de solidaridad de que interés de orden político.

En ese diciembre, la Secretaría de Relaciones Exteriores destacó el relanzamiento de relaciones de amistad con Venezuela.

Pero para 2017, con Luis Videgaray al frente de la política exterior, se celebró por primera vez en el país la Asamblea General de la Organización de los Estados Americanos en el que se propuso aprobar una declaración conjunta y liderada por México respecto a la conducción del gobierno de Nicolás Maduro, aunque la propuesta no logró consenso.

En agosto de 2017, el periódico The Washington Post sacaría a luz el audio de una conversación entre Donald Trump y Peña Nieto, en el que el primero advirtió que no podía decir a los medios que México no pagaría por el muro que pretende construir en su frontera sur.

Nicolás Maduro dijo sentir “vergüenza” del mandatario mexicano, lo tachó de “cobarde” y de “empleado maltratado”, verborrea tras la cual el secretario de Relaciones Exteriores contestó vía redes sociales que “cobarde es quien usa el poder del estado para desmantelar la democracia y arremeter contra su propio pueblo”.

Antes, en 2016, la canciller de Venezuela, Delcy Rodríguez había arremetido con su entonces homóloga, Claudia Ruíz Massieu por recibir en la sede de la Secretaría de Relaciones Exteriores a Lilian Tintori Parra y Antonieta Mendoza, esposa y madre, de Leopoldo López, opositor al gobierno de Maduro encarcelado desde hace año y medio.

El 30 de julio de ese año México desconoció la elección de la Asamblea Constituyente en Venezuela.