Antes de las 5:30 horas, el silencio habitual de la calle Moneda fue roto por los pasos apresurados de decenas de periodistas. La expectativa estaba en el aire, y no era para menos: Claudia Sheinbaum Pardo, la primera presidenta de México, iba a dar su primera conferencia mañanera, un “legado incómodo heredado” de Andrés Manuel López Obrador (AMLO). 

Todos esperaban algo distinto: que la nueva mandataria rompiera con la tendencia de las preguntas a modo, los youtubers favoritos del poder y las respuestas huecas.

El día anterior, los miembros de su gabinete habían recorrido esa misma calle con sus trajes bien planchados y sus sonrisas calculadas. Octavio Romero Oropeza, quien salió de Petróleos Mexicanos (Pemex) para tomar las riendas del Instituto del Fondo Nacional de la Vivienda para los Trabajadores (Infonavit), caminaba entre ellos.

Pero en el ambiente, más que entusiasmo, había una duda latente: ¿habría realmente un cambio? ¿O seguiría la simulación?

Cerca de las 7:30 horas, los periodistas, tras haber esperado en las entrañas de Palacio Nacional y haber pasado por una tómbola que decidiría quiénes tendrían el privilegio de preguntar a la presidenta, fueron finalmente admitidos en el Salón de la Tesorería.

El ambiente olía a una mezcla de frío y escepticismo. 

Había caras conocidas, pero también nuevos rostros que no pasaron desapercibidos: los youtubers, los llamados “nuevos jinetes de la comunicación”, quienes sí bien han logrado conexión con el público, siguen generando incomodidad en los medios tradicionales.

La prensa, en gran parte, se encontró una vez más compartiendo espacio con figuras que, bajo el gobierno de López Obrador, habían dominado las conferencias matutinas.

Y entonces empezó la función. La primera orden del día: una disculpa pública por la matanza del 2 de octubre de 1968. Seguido de una sesión de preguntas que continuó el mismo guión de los últimos seis años: no se respetó la tómbola y se dieron cuestionamientos a modo, una atmósfera que apenas permitía el ejercicio periodístico.

Cuando se mencionó la violencia en Sinaloa, tema que sigue siendo una herida abierta para el país, la respuesta fue tan vaga como las promesas de cambio.

También se dio una ambigua respuesta sobre su asistencia a la próxima reunión del G20 en Brasil, a la que había sido invitada por el presidente Lula Da Silva.

Las grandes problemáticas del país se quedaron en el tintero: la violencia, que no ha dejado de crecer; la economía, estrangulada por la presión fiscal; y la inseguridad, que sigue haciendo estragos.

Las expectativas se desinflaron minuto a minuto. Lo que prometía ser un nuevo comienzo en la relación entre la prensa y el poder resultó ser más de lo mismo.

Preguntas cómodas, respuestas vagas y los youtubers, felices de volver a tener su espacio en la primera fila, mientras los reporteros luchaban por hacer preguntas que nunca llegarían al micrófono.

La conferencia terminó. El Salón de la Tesorería de Palacio Nacional se vació lentamente, y los periodistas volvieron a caminar por la calle Moneda, esta vez con menos prisa. 

La primera mañanera de Claudia Sheinbaum había dejado claro algo: el cambio, ese del que tanto se habló, podría tardar mucho en llegar, si es que llega. Y mientras tanto, las expectativas seguirán chocando contra una realidad que, de momento, parece no tener intención de transformarse.

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