Gracias al internet nuestras ideas pueden ser expuestas a millones de personas en el mundo. Hasta hace unos años era un privilegio reservado para unos cuantos con acceso a los medios de comunicación.

Hoy, cualquier persona puede grabar un podcast, escribir una entrada en un blog o comentar en las redes sociales y transmitir su pensamiento a cualquier parte del mundo con acceso a una red.

La tecnología nos permite compartir opiniones, información y posiciones sobre todo tipo de temas.  Las ideas que transmitimos pueden ser interesantes o aburridas. Buenas o malas. Relevantes o efímeras. Acertadas o equivocadas. O simplemente, puros disparates malintencionados. 

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Lo hemos visto en redes sociales que están invadidas de posteos llenos de mentiras y desinformación. También muchas de las páginas web que visitamos, a veces están cargadas de notas o datos sin verificar. Y es que publicar es fácil.

Con solo un clic mandas al mundo lo que se te dé la gana sin que exista un organismo, persona, autoridad o entidad que vigile que no estemos esparciendo falsedades o contenido fuera de contexto. 

La creator economy 

Con el crecimiento acelerado de la web 3.0 aumentará el número de creadores de contenido. Según los datos del portal SignalFire, hoy en día existen aproximadamente 50 millones de personas que son parte del creator economy.

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Son influencers, creadores de videos, desarrolladores de productos y cursos digitales, podcasters, personalidades de redes sociales y generadores de comunidades en línea. 

La cantidad de información que producen es difícil de medir y ante la ola de desprecio reciente en todas partes del mundo a los trabajos comunes de 9 a 5 en una oficina, se espera que las filas de los creadores de contenido aumenten día a día.

Este desbordamiento de oferta de contenido coloca a las audiencias en una posición difícil donde es muy complicado identificar lo que suma, lo que aporta a las conversaciones, lo relevante y lo que es solamente ruido.  

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Por eso es responsabilidad de los mismos creadores el desarrollar su propio código de ética y reglas sobre lo que comparten. La automoderación es más necesaria que nunca si queremos aprovechar el internet como una herramienta para enriquecer nuestras vidas. 

Como recipientes de los contenidos, las audiencias digitales tenemos que aprender a ignorar a aquellos creadores que no merecen nuestra atención. Y debemos exigir más a los que no le dan la seriedad adecuada a la responsabilidad que tienen con sus cuentas de Instagram, TikTok, Facebook y Twitter. 

Lo podemos hacer a través de los likes, los shares y los follows. Si un posteo no nos gusta, podemos elegir no participar en la conversación en lugar de nutrirla y crecerla. Escogemos no involucrarnos.  

El emperador Marco Aurelio dijo “es posible no tener una opinión”. En tiempos donde estamos bombardeados por contenido e información, suena a la opción más saludable. 

 

*Omar Flores es fundador de Black Cherry Contenidos y experto en marketing digital y tecnología. Las opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad del autor.