“Compra barato y vende caro. Ese es mi lema”

                -Homero Simpson.

 

En la mente de muchos inversionistas, tanto activos como potenciales, la bolsa de valores es una especie de casino financiero, rodeado de lujo y glamour, en el cual pueden apostar el dinero de sus ahorros con la esperanza de pegarle al premio gordo.

Ese que los volverá ricos de la noche a la mañana. 

La idea está tan arraigada que a su sombra medran toda clase de pillos y estafadores, que prometen rentabilidades de ensueño con una inversión “de bajo riesgo”, y en el colmo del descaro, con el incentivo de recibir “pagos semanales garantizados”.

Una isla de fantasía en la que conviven los creyentes del Bitcoin, los que operan  futuros de oro, petróleo y hasta diamantes, los que invierten “de largo plazo” en empresas de marihuana y, claro está,  los visionarios que compraron la acción de Aeroméxico en 1 peso y la vendieron 3 días después en 3 pesos. 

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Como todo el mundo sabe, el secreto para triplicar tu capital en poco tiempo dentro de la bolsa de valores consiste en comprar barato y vender caro, ¿y qué podría ser más barato que una empresa como esa, con tanta historia, remátandose por menos de lo que valen las hojas de papel en las que se registra la transacción?

Porque hubo un tiempo en el que Aeroméxico era el límite del lujo que se podía obtener de una empresa nacional. Una época en la que volar era el privilegio de unos pocos, y en la que el duopolio estatal les permitía cobrar $15,000 pesos por un vuelo de menos de una hora. 

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Un pasado de mercado cautivo, en el que el gobierno repartía concesiones entre sus cuates, subsidiaba a sus clientelas políticas y saqueaba a sus anchas a las compañías en las que mantenía cualquier clase de participación, muchas veces hasta quebrarlas, como ocurrió con Mexicana de Aviación.

Un México ya superado, en el que el Sr. Presidente decidía el qué, el quién, el cómo, el cuándo y hasta el dónde de todo lo que ocurría en el país; y que por alguna oscura razón, parece arrancarle suspiros de nostalgia al actual reyezuelo que habita, junto con el resto de su corte, en el Palacio Nacional. 

Afortunadamente, eso ya pasó, y el costo de volar se ha abaratado. La competencia y la aparición de aerolíneas de bajo costo, como Volaris o Viva Aerobús, han permitido que millones y millones de mexicanos que jamás se habían subido a un avión pudieran viajar con sus familias por menos de lo que les costaría hacerlo en un autobús de primera. 

Puesta a competir en un mercado más libre, Aeroméxico no pudo.

La empresa está hundida en deudas y aún si sobrevive debe hacer una reestructura financiera de fondo, que necesariamente reemplazará a los accionistas actuales. Por eso la acción vale a duras penas el centavo de peso que los nuevos dueños están ofreciendo por ella; y si no lo aceptas, te van a diluir los títulos en una proporción de 5 millones, según el último acuerdo de la asamblea de tenedores. 

De esta manera, los “inversionistas” que compraron la acción en 2 pesos y se nieguen a venderla, terminarán eventualmente con un papel cuyo valor nocional será de 2 / 5,000,000 ; es decir, $0.0000004 pesos.

Cuatro cienmilésimas de centavo de peso. Ese es el valor real, al día de hoy, de una acción de Aeroméxico. 

Pero en un casino, al final, el que no arriesga no gana.

¿Cierto?

 

*Amin Vera es director de análisis económico en Black WallStreet Capital. Esta columna no representa necesariamente la opinión del EL CEO.