Durante décadas, los cines soviéticos fueron el centro de la vida social de las inmensas ciudades dormitorio de los alrededores de Moscú. Pero ahora, un proyecto inmobiliario amenaza con demolerlos, lo que podría acabar con un preciado patrimonio arquitectónico.
Llevan el nombre de ríos, piedras preciosas o de ciudades de los otrora “países hermanos” de la URSS y fueron construidos en los años 1960 y 1970 en su mayoría, una época prolífica para la industria del cine soviético.
Tras la caída de la URSS, los moscovitas siguieron utilizándolos, atraídos por sus precios competitivos, aunque eso no impidió que su estado se degradase. Actualmente, una cuarentena de esos cines deben ser remodelados o demolidos.
El Estado y el promotor ADG Group compraron 39 cines soviéticos para transformarlos en “centros vecinales” con salas oscuras, comercios y cafés, con el objetivo, según ellos, de revitalizar la periferia.
Para Grigori Pecherski, codirector de ADG, estos cines estaban en un estado “lamentable” cuando su empresa los compró en 2014. “Casi la mitad de ellos estaban cerrados desde los años 1990”, aseguró.
Según Pecherski, este proyecto de renovación “devolverá su función histórica” a los cines soviéticos, al permitir que los habitantes “aprovechen cómodamente su tiempo libre” sin tener que recorrer largas distancias hasta el centro de Moscú.
“Estas zonas residenciales están muy densamente pobladas, pero en la mayoría de los casos no hay nada”, sostuvo Pecherski.
Según él, 10 millones de moscovitas viven en el cinturón que queda entre las dos principales vialidades de la periferia, donde se encuentran los cines. De las 39 salas, en principio solo se conservarán tres en su estado original, mientras que el resto serán derruidas o completamente renovadas.
En defensa del patrimonio
Uno de los cines conservados es el Rodina (Madre Patria), que data de 1938, un edificio de arquitectura estalinista de grandes columnas y decorado con mosaicos. Se prevé reabrir la terraza de su azotea.
Los otros cines son de estilo brutalista, una forma de arquitectura utilitarista, reconocible por sus grandes bloques de hormigón armado, muy en boga en la URSS durante la segunda mitad del siglo XX.
Entre estos, se encuentra el Almaz (Diamante), construido en 1964 y pintado de azul turquesa, situado en el barrio de Chabolovka, al sur de Moscú.
Vecinos y asociaciones lamentan que se ponga así en peligro una parte del patrimonio arquitectónico para sustituirlo con edificios que parecerán centros comerciales.
Juntos, se movilizaron para salvar el Ulán-Bator, que lleva el nombre de la capital de Mongolia, un país antaño hermano de la URSS.
Al noreste de Moscú, el Bakú, que también será reconstruido, sirve de centro cultural para la diáspora azerbaiyana desde el periodo soviético.
Cuando se construyeron (la mayoría en la época de Leonid Brezhnev, que presidió al país desde 1964 hasta 1982), los cines respondían a una demanda de entretenimiento de las masas en un contexto cultural muy limitado.
Hoy, las películas que se produjeron entonces se han convertido en filmes de culto, incluso para las jóvenes generaciones.
El avance de los centros comerciales
El grupo inmobiliario ADG asegura que estos edificios tienen “un bajo valor arquitectónico” y que deben ser reconstruidos con el mismo estilo para formar una red fácil de identificar.
Según los planes, los edificios tendrán una fachada de vidrio y serán ampliados. Solo sus nombres y carteles permanecerán sin cambios.
Para Alexei Beliakov, arquitecto jefe de ADG, los inmuebles actuales ya no son “prácticos”. En cambio, Ruben Arakelian, otro arquitecto moscovita, considera como muchos colegas suyos que los edificios brutalistas se podrían haber salvado.
El debate entre favorecer la historia o el comercio, el patrimonio o la funcionalidad, la nostalgia o la renovación adquirió un tono áspero e ideológico.
Y más aún teniendo en cuenta que se enmarca en el programa de renovación del alcalde Serguéi Sobianin para cambiar el rostro de la capital rusa, que ha costado miles de millones de euros y no ha estado exento de críticas.
Se construyeron parques y se ampliaron aceras, en detrimento de las inmensas vialidades que atraviesan Moscú y de muchos edificios de viviendas soviéticos, que fueron demolidos.
Klim Likhachev, al frente de un grupo que milita por la conservación del cine Almaz, teme que los cines soviéticos acaben convertidos en meros centros comerciales, de los que ya abundan en Moscú.
“Nos dicen que son lugares deprimentes que deben ser destruidos”, declaró. “Pero es nuestro cine favorito y nadie nos ha preguntado nuestra opinión (…) Por ‘centro vecinal’ lo que entienden, de hecho, es un centro comercial ordinario”.