“En el largo plazo, todos estaremos muertos”. Con esa expresión Keynes quería decir que las políticas económicas debían centrarse en lo que sucede en el presente y corto plazo e ignorar la mayoría de sus impactos futuros.
Así Keynes recomendó acabar con la gran depresión económica de los años treinta aumentando el gasto público financiado con deuda.
A lo largo del tiempo, se pensaba que Keynes tenía razón. Sin embargo, la idea fue perdiendo apoyo entre economistas y políticos. Las crisis ya no eran tan duraderas y era común que para cuando el gobierno definía y aprobaba los programas de gasto, la recesión ya había terminado.
Además, durante los 80s y 90s, los países resintieron las consecuencias de un excesivo endeudamiento. Eso de que la deuda no nos debería preocupar no era exactamente cierto y una multitud de países, sobre todo en América Latina (incluyendo México) lo aprendieron a la mala. Lucía como el último clavo en el ataúd de esa frase del keynesianismo original.
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¿Keynes ha vuelto?
Sin embargo, llegó la crisis del 2008-2009. Los gobiernos abandonaron la sensatez y aplicaron los programas de gasto público más grandes jamás implementados. El beneficio económico a corto plazo era lo único relevante y las consecuencias negativas de la deuda fueron ignoradas porque ocurrirían hasta el largo plazo. Keynes había vuelto.
Después apareció el COVID-19, y de nueva cuenta Keynes resucitó. Los niveles de deuda y deterioro de balances fiscales son casi un fenómeno generalizado global. Aunque la situación todavía no es de emergencia, lo que sí estamos observando es el escaso margen para la expansión fiscal.
Con una inflación galopante, los distintos bancos centrales y organismos como el Fondo Monetario Internacional están actualmente recomendando no implementar paquetes fiscales grandes y sin objetivos específicos en este momento, ya que es importante que la política fiscal no funcione en contra de la política monetaria.
Adiós a la política fiscal expansiva
Esto le pasó al Reino Unido. Liz Truss dimitió por las turbulencias que su plan fiscal de recortes de impuestos y aumento del gasto había generado en los mercados británicos.
La situación actual ya no tiene espacio para una política fiscal expansiva que busque estimular la economía. El proyecto como tal no era la fuente del problema, sino la situación que se arrastraba de tiempo atrás.
Los mercados financieros potencializaron ese riesgo provocando caídas en la mayoría de los activos financieros británicos, particularmente en los bonos gubernamentales y la moneda. Esto puso en el ojo del huracán a Truss y precipitó su caída.
El Reino Unido es potencialmente una señal de advertencia para los países altamente endeudados del mundo dispuestos a confiar demasiado en la palanca fiscal. El mercado financiero puede forzar cambios de gobierno en otras economías. En época de Día de Muertos y Halloween, cuidado con revivir a fantasmas como el de Keynes.
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*James Salazar Salinas es subdirector de análisis económico de CI Banco. Las opiniones expresadas en este documento son de exclusiva responsabilidad del autor.